La Fiesta del Pueblo, era
par alas mujeres y hombres de nuestros campos, el espacio de tiempo sagrado,
alegre y distendido, que culminaba la vida de todo un año de duros trabajos
con la tierra y con la vida. Todos estaban convocados e invitados; también
los que habían salido a buscar trabajo a otras provincias en incluso al
extranjero. No se podía faltar a la Fiesta del Pueblo a no ser por causa
mayor.
Ya un mes
antes sin que nadie lo mandara, los vecinos blanqueaban las fachadas de sus
viviendas por rústicas y humildes que estas fueran; las mujeres sacaban sus
austeros ahorros de algún lugar oculto de la cómoda antigua de la habitación
grande, para ir a comprar vestidos estampados para las mozas, camisas
blancas con pantalón de pana negro para los hombres, para los abuelos alguna
boina, y para los niños zapatos nuevos, que hacían juego con las medias y
calcetines que las abuelas y madres habían ido tejiendo junto a la lumbre de
leña del prolongado invierno.
Se preparaban dulces, asados, y postres caseros; el
vino y el aguardiente se iba a buscar a un pueblo de la sierra porque
se sabía que era de garantía, sin química; se traían vaquillas y se
contrataban en la ciudad a cuatro músicos (acordeón, batería, trompeta y
clarinete), que tocaban a diana a primera hora de la mañana, pasacalles
durante el día, y al caer la tarde pasodobles, valses, boleros y jotas.
Ni que decir tiene, que el momento central de la
fiesta estaba en la Misa Mayor, en que se cantaba por todo la Misa de
Angelis, y en la que predicaba un orador de fama, ensalzando las glorias
y favores de la santa o el santo patrón; y luego la procesión por las calles
del pueblo mientras un concejal del ayuntamiento de vez en cuando enviaba un
cohete al cielo.
La
Fiesta del Pueblo era un tiempo de encuentro amistoso con los pueblos
cercanos, una reunión gozosa de las familias, de los amigos y de las nuevas
parejas... También es verdad, que no faltaba alguna pelea con los mozos del
pueblo vecino por ingenuas rivalidades, o porque algunos se pasaban en la
bebida..., pero los incidentes, por lo general, no pasaban a mayores. La
fiesta se vivía con alegría, sana y sencilla. Las gentes ya de más edad se
despedían de los más jóvenes al terminar la fiesta del pueblo con cierto
aire de pena: hasta el año que viene si Dios nos da salud.
Pensamos que en Caná de Galilea, en Nazaret, en Emaús,
en Betania..., no serían muy diferentes las fiestas a las de nuestros
pueblos de antaño, y que María, José y Jesús, compartirían las alegrías
sencillas de las gentes humildes con verdadero entusiasmo, disfrutando de la
comida, de la música y de los cantos, con sus parientes, vecinos y amigos.
La Fiesta del Pueblo: una alegría y un aliento en nuestra peregrinación a la
gran fiesta de Dios-Padre a la que todos estamos invitados. |