Han pasado
ya cinco años de aquel Viernes Santo en que un pequeño grupo de familias de
Madrid subieron al Santuario de la Peña de Francia con un deseo grande de
recordar en la cumbre austera de nuestra montaña la muerte dolorosa en el
monte Calvario del Gran Inocente: Jesús el Hijo de Dios, el Hijo del Hombre.
Desde el
primer momento, en que empezamos a leer las escenas de la Pasión de S. Juan,
nos invadió a todos el clima de especial emoción que fue aumentando a medida
que nos sentíamos testigos vivos, de la profunda injusticia de todo
el proceso condenatorio de Jesús, amañado por el poder político y religioso
de su tiempo.
Sentíamos
como nunca, que Jesús iba como cordero inocente al matadero. El Hijo
de Dios, indefenso y sin poder alguno ante la injusticia humana. Al final
Jesús muere como uno de los peores malhechores de su tiempo, de todos los
tiempos.
Al terminar
la lectura de la Pasión brotaron de nuestros ojos unas lágrimas que nos
salieron de lo más hondo del alma. No pudimos hacer ningún comentario sobre
lo que acabábamos de vivir. Dicen, que al bueno y sabio dominico Fray Luis
de Granada le pasó algo parecido, y que no pudo pronunciar el hermoso sermón
que para el Viernes Santo había preparado. Quizás nunca como en esta tarde,
los que recordábamos la muerte del Gran Inocente de la Cruz habíamos vivido
y sentido con tanta clarividencia e intensidad el desamparo del bien ante
el mal, el fracaso del amor ante el odio.
El recuerdo
de la muerte inhumana de Jesús, la Bondad y el Amor absolutos, se nos hace
presente permanentemente en el mundo que nos toca vivir, asolado,
desmoralizado y hasta destruido, por unas estructuras de lamentables
injusticias, donde todos los días mueren multitud de seres inocentes,
por el hambre, las guerras, el abuso descarado de leyes injustas favorables
siempre a los que tiene el poder económico y la fuerza. El rostro indefenso,
dolorido y silencioso del Hijo de Dios, desamparado y muerto en la Cuz, se
manifiesta lleno de sufrimiento en cada uno de estos nuevos inocentes. Si
pensáramos con detenimiento en esta multitud de crucificados también sería
para llorar.
De una cosa
tenemos certeza: el Gran Inocente siempre estará de parte de aquellos seres
humanos, que no tuvieron defensa alguna y quedaron marginados de una vida
digna, a la que tenían los mismos derechos que el resto de mujeres y hombres
de todos los tiempos. El mal, la injusticia, la mentira, la muerte, no
pueden tener la última palabra. El Bien, el Amor, el Resucitado tienen
que dar definitivamente un sentido a la vida de aquellos que pasaron como un
desecho humano en la oscuridad más absoluta de una existencia absurda.
A aquellas
buenas familias del Viernes Santo del año 1.999 con las que compartí tan
emotiva celebración no las he vuelto a ver, pero al menos un par de veces a
través de terceras personas me han hecho presente el saludo y el recuerdo de
aquel Viernes Santo inolvidable.
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