"LA HOJITA" marzo - 2.009

En el N. 52 que corresponde al mes de Marzo de 2009 se incluye, en portada, el siguiente artículo:

  “¡NO NOS ESCONDAS TU ROSTRO SEÑOR!”

Un año más, los creyentes cristianos nos preparamos para celebrar el gran misterio de nuestra fe: el Dios autor de la vida, compartiendo con nosotros el gran enigma de la  existencia humana: la muerte. Y no una muerte cualquiera, sino una de las muertes más dramáticas y crueles, entre las innumerables que los seres humanos han creado para sus semejantes: la muerte en la cruz.

 

Ante el Hijo de Dios Crucificado que: “No tenía ni apariencia ni presencia. Despreciable y desecho de los hombres, varón de dolores y sabedor de dolencias, como uno ante quien se oculta el rostro, menospreciado sin que le tengamos en cuenta”, nuestros interrogantes sobre tantos sinsentidos de la existencia humana, se detienen, y recobran el hálito de la esperanza, sabiendo que el Buen Dios es nuestro compañero de camino, especialmente cuando nuestra vida parece que se queda sin razón de ser.

 

Una parte no pequeña de nuestra sociedad, frivoliza y menosprecia cualquier cosa que trascienda la realidad material inmediata de los sentidos. Otra ha convertido el profundo y misterioso drama de la muerte de Dios en la Cruz, en algo estético-cultural-turístico. Se nos dice, con bastante razón, que nos estamos quedando sin sentido de lo sagrado, de lo santo… En una palabra, que empezamos a vivir solos en este mundo y para este mundo, padeciendo una profunda e irremediable orfandad.

 

Ante esta triste situación, uno no puede menos de recordar a aquellas santas madres y abuelas, que ante el dolor de la enfermedad ó la muerte, solían acudir con lágrimas en los ojos al Santo Cristo de la Iglesia o al que presidía la alcoba familiar,  para expresar los mejores sentimientos: ¡Más sufriste tú Señor! ¡Danos fuerzas para llevar nuestra Cruz como la llevaste tú! También recordamos, aquellos santos varones, curtidos en los duros trabajos del campo, portando sobre sus sufridos hombros, las andas del Santo Cristo con respetuoso silencio. Estas buenas gentes de gran fortaleza humana y espiritual, siempre tenían ante sí el rostro y la mirada de Dios, que se manifestaba con mayor intensidad en los momentos más fundamentales de su vida.

 

En estos tiempos en que la sociedad anda buscando alguien de quien fiarse, alguien que tome las riendas de la humanidad de una manera honrada y generosa…, los creyentes cristianos debiéramos acudir con todas nuestras fuerzas al encuentro con el rostro del Dios Crucificado. El Cristo Crucificado, que ya en tiempos del apóstol Pablo, era necedad, debilidad…, para “los sabios” de entonces, pero que para el apóstol: “esa flaqueza divina es más fuerte que la fuerza de los hombres.”

 

En el Rostro del Hijo de Dios Desfigurado y Destrozado por la insensatez, la mentira y la tiranía humana, encontramos los creyentes el ánimo y la fuerza para ser fieles a la verdad, a la justicia, al perdón, al amor con entrañas de profunda compasión y misericordia… Por eso también nosotros suplicamos con el salmista: ¡No nos escondas tu rostro Señor!