"LA HOJITA" junio - 2.009"LA HOJITA"  Marzo - 2.007

En el N. 53 que corresponde al mes de Junio de 2009 se incluye, en portada, el siguiente artículo:

  EL ÁNGELUS AL PIE DE LA ERA..."

Aunque gracias a la moderna tecnología, los trabajos de los actuales agricultores afortunadamente se han hecho mucho más llevaderos que los de hace unas décadas, no podemos menos de recordar con gran admiración y respeto a las mujeres y hombres de aquellos años, que en los calurosos meses del verano al caer la tarde, y después de una dura jornada de trillar y limpiar el grano en las eras, detenían sus trabajos para rezar el Ángelus al oír la campana de la Iglesia del pueblo. La sencilla oración servía a los curtidos trabajadores del campo para dar gracias al Buen Dios, por haber tenido salud y fuerzas para realizar sus labores agrícolas, y así ganarse el alimento de cada día y apostar por un futuro más prometedor para sus hijos. 

 

El agricultor de antaño tenía puesta su vista siempre en la naturaleza: o bien, recorría con su mirada cada surco de la tierra que él cultivaba y cuidaba con esmero; o bien, oteaba los ilimitados horizontes de los cielos de donde venían el agua y el sol, que daban vida a las semillas acunadas en las besanas de sus campos. Los hombres del campo no exteriorizaban fácilmente sus sentimientos, pero si uno los observaba con detenimiento, se podía leer en su mirada, si el tiempo venía bueno y ayudaba a la sementera, o por el contrario, si el tiempo iba a ser un problema para sus campos: las lluvias suaves y templadas de primavera y de otoño, así como los cielos abiertos y azules del verano, tranquilizaban sus sueños; por el contrario, la pertinaz sequía, el pedrisco de la temida tormenta, las heladas a destiempo…, dejaban traslucir un rostro serio y preocupado…  

 

Eran trabajadores a tiempo completo, de sol a sol. No obstante, sabían que sus esfuerzos eran baldíos, si la naturaleza no colaboraba, no ayudaba. El sol, la lluvia, la tierra, y las semillas de la vida, eran un don imprescindible para su trabajo. Pero la naturaleza también manifestaba y manifiesta, las limitaciones que todo lo creado lleva consigo. Cada cosecha de sus campos, era una aventura, una vigilante espera con los misteriosos retos y vaivenes de la naturaleza… El labrador, era en lo más profundo de su existencia un ser religioso, sobrio y austeramente religioso: agradecía con serenidad, las cosechas buenas; y cuando por el contrario, las cosas venían mal dadas, se lamentaba, -a veces con fuerza-, ante su Dios, por lo poco que había colaborado el tiempo a sus esfuerzos.

 

El místico Eckhart, dejó escrito este profundo pensamiento, que si a alguien se puede aplicar con propiedad, era a nuestras mujeres y hombres del campo: “Dios puede hacer tan poco sin nosotros, como nosotros sin Él.”  De una manera más o menos consciente esta profunda interdependencia la vivieron y manifestaron en sus vidas aquellas labradoras y labradores, que con esfuerzos impagables dieron vida a nuestros campos y a nuestros pueblos. El Ángelus del atardecer al pie de la era, era una plegaria sencilla y agradecida, que ponía fin a una dura jornada de trabajo, mientras el sol del verano iba desapareciendo lentamente del horizonte de nuestros entrañables pueblos.