"LA HOJITA" septiembre - 2.009 "LA HOJITA" Marzo - 2.007 |
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En el N. 54 que corresponde al mes de Septiembre de 2009 se incluye, en portada, el siguiente artículo: |
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“EL ADIÓS AGRADECIDO…” |
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En uno de los libros más populares del Antiguo Testamento: El Eclesiastés, se nos ofrecen unas reflexiones que a las personas mayores nos debieran ayudar para asumir la etapa final de la vida con la mayor serenidad posible. Dice el Eclesiastés: “Todo tiene su momento, y cada cosa su tiempo bajo el cielo: Su tiempo el nacer, y su tiempo el morir; su tiempo plantar, y su tiempo de arrancar lo plantado… Su tiempo el llorar, y su tiempo el reír; su tiempo el lamentarse, y su tiempo el danzar…”
Afortunadamente, gracias a que la calidad de vida ha mejorado, somos más personas las que cada día disfrutamos de este tiempo añadido, con una paz y serenidad, inimaginable hace unos años cuando mirábamos con cierto temor el declive normal de nuestra existencia. Pensamos, que el gran privilegio de gozar de unos cuantos años más de vida debiéramos aprovecharlo para que fuera tiempo de gratitud, de despedida serena y agradecida de nuestro paso por la tierra.
Al habernos desligado de otras preocupaciones y favorecidos por cierta soledad, estos años son más propicios para que demos gracias al Buen Dios: por cada amanecer que alumbra y da a luz un nuevo día para reencontrarte con el apasionante reto de la vida; por el soplo del aire matutino que da alma a nuestros sonidos y sentimientos; por el agua limpia que se desliza a través de nuestras manos, dando frescura y ánimo a nuestro cuerpo y a nuestro espíritu; por la fruta, y el café y el pan caliente, que nos dan el primer aliento y fuerza para empezar de nuevo a caminar por la existencia… Y si tenemos la inmensa suerte de vivir en la sagrada montaña de la Peña de Francia, por poder contemplar y hasta saludar a los pajarillos que revolotean y juegan con sus frágiles e ingenuos vuelos, en los alrededores de nuestra casa.
A pesar de las contradicciones, cansancios y obscuridades en los que los seres humanos estamos inmersos, si tenemos suficiente salud y paz, en nuestros últimos años podremos despedirnos de la vida con una nostalgia agradecida de todo lo que nos ha acompañado durante nuestra breve existencia, -porque la vida ciertamente no es muy larga-. En nuestros solitarios otoños vividos en la Peña de Francia hemos disfrutado de una perfecta sintonía entre el silencio más profundo de nuestra alma, y el silencio secular de la montaña, poblada de austeros robles y pinos, humildes y sufridos brezos y retamas...
En algunos momentos hemos sentido una profunda nostalgia al irnos despidiendo de esta madre naturaleza que ha sido testigo silencioso y fiel de nuestros mejores sentimientos: Mientras el otoño va llegando, estos cerros eremitas solitarios, testigos insobornables del tiempo, se van poblando de infinitos silencios. Ráfagas de viento huracanado, caprichoso, inconsciente, se han llevado a la intemperie del abismo, diademas de flores, sinfonías de conciertos. El monte se está despojando de lo efímero y pasajero, cubriéndose de hojas doradas, para dar abrigo a sus sueños. ¡Ay sufridos montes solitarios de belleza siempre nueva, de acogedoras entrañas, de desconocidos silencios! Dadme vuestra serena fortaleza, el calor de vuestro hogar. ¡Sumergidme en vuestro tiempo mientras va llegando el Gran Silencio!
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