Los
acontecimientos recientes del mundo en que vivimos, a una buena
parte de la humanidad nos están dejando una profunda sensación de
desamparo y orfandad. Crisis económica, desempleo galopante, cambio
climático, catástrofes naturales con tantas dificultades para
aliviarlas, guerras interminables… Solemos mal-consolarnos,
diciendo, que estas cosas siempre han sucedido. Quizás sea cierto.
Pero hoy día todo sucede muy rápido, y como decía una bella canción
poética a propósito de los viajes espaciales: Sube hasta el cielo
y lo verás que pequeñito el mundo es…, (frágil) como una bola de
cristal. Si no lo cuidamos para poder vivir todos, se abren cada
vez las posibilidades de una catástrofe humanitaria sin precedentes.
Otra de nuestras canciones nos advertía con razón: o aquí hay
sitio para todos o no lo va haber para nadie.
Muy a
la ligera se está desalojando al Buen Dios de nuestra sociedad,
quizás como reacción a tiempos no muy lejanos en que queríamos que
Él viniera a solucionar los problemas más complicados de nuestras
vidas. Evidentemente Dios no está para sustituirnos en las
respuestas que tenemos que dar a los desafíos y problemas de nuestra
existencia terrena, entre otras cosas porque quiere respetar la
libertad, la autonomía y el protagonismo humano con que nos ha
creado a semejanza de lo que es Él mismo.
Pero
llegar a los extremos de una sociedad, que se ha endiosado y
encerrado en sí misma, olvidando sus limitaciones y fronteras,
nos parece un error muy grave. Mientras los seres humanos no
asumamos nuestras carencias, implorando la presencia de Dios para
sanar nuestras heridas, será muy difícil que demos un paso adelante:
seguirá habiendo guerras, graves injusticias, violencias
disparatadas…, y será cada vez más difícil la paz y convivencia en
nuestra maltratada tierra.
La
presencia de Jesús, el Hijo de Dios, en la tierra tratando de ayudar
al ser humano en el camino de la verdad y en el auténtico amor, no
se puede encasillar como una simple devoción para gentes más o menos
piadosas, y mucho menos en un espectáculo de Semana Santa de interés
turístico-cultural. Digamos muy brevemente, que su exigente código
ético manifestado de una manera muy clara en las bienaventuranzas y
en su compromiso con la verdad hasta la muerte, son cosas que
tendríamos que tomárnoslas muy en serio. De lo contrario cada vez
nos faltará más la luz para seguir caminando por la vida con
esperanza.
Los
amigos de Jesús reunidos con Él en la cena de despedida, debieron
sentirse sin fuerzas y desanimados, para enfrentarse sin su
presencia con los problemas del mundo del mal. Las palabras
que a ellos les dijo, debieran de estar presentes en nuestra vida
diaria: “…En el mundo habéis de tener tribulación; pero ánimo
yo he vencido al mundo” (Juan 16, 33) .
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