Después de este
duro y prolongado invierno, y en que parece que al fin poco a poco
se va haciendo presente la ansiada primavera, nos vienen a la
memoria los entrañables versos, que Antonio Machado dedicó a su
amigo José María Palacio: “En la estepa del alto Duero, primavera
tarda, ¡Pero es tan bella y dulce cuando llega!..”
Se suele decir
que la naturaleza es fiel reflejo de los diferentes estados anímicos
del ser humano: hay días de sol, de luz, en que miramos la vida con
optimismo, y en los que tenemos ánimo para enfrentarnos a todo...
Por el contrario hay días de niebla, de oscuridad en que apenas
vemos horizonte alguno en nuestras vidas y nos faltan las fuerzas
para cualquier cosa. A propósito de estos días difíciles, el P.
Segundo Llorente, santo misionero jesuita en las inmensas soledades
de Alaska, escribía lo siguiente: “Hay días de Tabor y días de
perros, en los que no sabe uno si está poseído por el demonio o si
es que lo va a estar, por más que allá en la médula de los huesos
del espíritu confía uno que no lo va a estar…”.
Lo importante
en los tiempos oscurecidos por la enfermedad, los fallos personales,
la lucha por la vida…, es no perder la fe y confianza en el buen
Dios. Con cierto humor escribía el P. Llorente desde su retiro en
las heladas tierras árticas: “Mientras escribo esta carta azota
las ventanas de mi vivienda una tempestad de nieve que nos viene
alegrando la vida todo este mes. Vivo pared por medio del Sagrario.
La nieve como el sol son lo mismo para mí; es decir, me esfuerzo a
que sean lo mismo” .
Podríamos
completar estas palabras con las del santo trapense, el Hermano
Rafael, que ante un cúmulo de pruebas físicas y espirituales, vivió
una intensa vida espiritual que ha quedado sintetizada en dos
palabras que resumen su ánimo interior: Saber Esperar…
Saber esperar
después de un largo invierno, a que llegue esa hermosa primavera que
tan bella expectativa causaba en el poeta Antonio Machado: “¿Está
la primavera vistiendo las ramas de los chopos del río y los
caminos…? ¿Tienen los viejos olmos algunas hojas nuevas…? ¿Hay
zarzas florecidas entre las grises peñas y blancas margaritas entre
la fina hierba…? ¿Hay ciruelos en flor? ¿Quedan violetas? ¿Tienen ya
ruiseñores las riberas…?”
Saber
esperar, sobre todo, -y con gran anhelo y confianza-, a la
última y más bella de todas las primaveras en donde habrá: “…
otros cielos nuevos y otra tierra nueva en que tenga su morada la
justicia” (II Pedro 3, 13). Ese cielo nuevo y tierra nueva
“en que se enjugarán las lágrimas de los ojos, y la muerte ya no
existirá más, no habrá duelo, ni gritos, ni trabajo, porque todo
esto es ya pasado” (Apocalipsis 21, 1-4).
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