Hasta las
alturas del Santuario de Nuestra Señora de la Peña de Francia,
llegan también a diario los horizontes obscuros de la crisis
económica. Empezamos a reconocer que una buena parte de nuestra
sociedad ha vivido muy por encima de sus posibilidades reales,
gastando o consumiendo más de lo que en realidad le correspondía.
Dar marcha
atrás parece que no va a ser muy fácil, aunque según dicen los que
manejan los entresijos económicos no nos va a quedar otro remedio,
pues el país está muy endeudado. Reducir gastos no sólo va a ser
difícil para el estado o las grandes instituciones, sino incluso
para los ámbitos familiares, donde nos hemos acostumbrado a tener
tantas cosas imprescindibles, que no sabe uno por donde
empezar a cortar.
Volviendo la
mirada atrás a los años de las posguerras civil y mundial, recuerdo
aquellos partidos de fútbol infantiles, en que los postes de las
porterías eran nuestras chaquetas, abrigos y bufandas, el balón era
una pelota de trapos viejos; “las botas deportivas”,
alpargatas de cáñamo, ó los únicos zapatos de a diario que había que
cuidar los más posible, porque los de fiesta, si es que los había,
estaban reservados para los días grandes. El campo de fútbol solía
ser cualquier plazoleta de barrio llena de baches. A pesar de “tan
pobres y elementales equipos deportivos”, poníamos todo la ilusión
por ganar el partido. En ocasiones pienso que jugábamos con mayor
alegría y entusiasmo que el que ponen hoy día algunos jugadores
multimillonarios.
A los pocos
años vino el gran desarrollo económico que trajo consigo la sociedad
materialista y de consumo, y equipar deportivamente a cualquier hijo
adolescente, supuso un buen desembolso de dinero en la economía
familiar. La sociedad imponía sus normas, y si la niña o el niño no
llevaban chándal o zapatillas de una de las marcas más en boga,
podía haber problemas discriminatorios con sus compañeros y enfados
familiares.
Espero que no
tengamos que volver a nuestras queridas pelotas de trapo, pero si
les puedo asegurar que a pesar de tantas carencias, los valores de
la austeridad de aquellos años nos fortalecieron y educaron para la
vida. Nuestros padres bastante hacían con darnos de comer, vestirnos
y educarnos. Lo demás era cosa de nuestra imaginación.
En estos
últimos años, por una parte, hemos sobreabundado y derrochado muchas
cosas materiales, y por otra, hemos abandonado y menospreciado buena
parte de los valores espirituales más enraizados en nuestros
pueblos. Todo lo cual nos ha llevado a una sociedad más blanda,
menos fuerte, más egoísta, menos honrada… Dios quiera, que
la famosa crisis sea tan sólo una oportunidad para hacernos
más humanos, más austeros, más disciplinados, más honrados, más
solidarios…; y en fin, más buenas personas.
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