El tiempo,
compañero inseparable de nuestras vidas, suele condicionar con
frecuencia nuestros estados de ánimo. El tiempo “está revuelto y
así están las cabezas”, decía mi abuela materna. Y no le
faltaba razón. Los fuertes calores de verano emperezan y ralentizan
nuestros trabajos; las tempestades, vientos huracanados y las
tormentas, sacan a relucir los temores y tensiones de nuestra
insignificancia; las nieblas que ocultan la luz del día penetran
sigilosamente nuestro espíritu sumergiéndole en ocasiones en una
noche oscura.
Solemos decir también, acerca de las manifestaciones extremas del
clima, que después de la tempestad viene la calma. Uno de los
momentos más hermosos de esta expresión tranquila y sosegada de la
naturaleza, es la brisa suave del amanecer. Esta
delicada brisa, sobre todo cuando acompaña a la luz del nuevo día,
inunda de paz no sólo nuestros sentidos sino hasta las entrañas más
profundas de nuestra alma; nos alienta para retomar la belleza y el
gusto por la vida. Es impagable. Es un privilegio retomar el hálito
de la vida de esta manera tan delicada y suave.
El
profeta Elías en uno de los momentos más complicados de su misión
profética, percibe la presencia de Dios en una de estas delicadas
brisas: “… He aquí que Yahvé pasaba. Y delante de él pasó un
viento fuerte y poderoso que rompía los montes y quebraba las peñas;
pero no estaba Yahvé en el viento. Y vino tras el viento un
terremoto, pero no estaba Yahvé en el terremoto. Vino tras el
terremoto un fuego, pero no estaba Yahvé en el fuego. Después del
fuego, vino el susurro de una brisa suave...” En
este susurro de la brisa suave es donde por fin el profeta Elías
escucha la voz de Yahvé, renovando su ánimo en la difícil tarea de
manifestar al Dios verdadero a un pueblo infiel e ingrato.
San Juan de
Ávila, no encontró imagen mejor para manifestar la presencia del
Espíritu Santo en nuestras vidas, que lo que él llama un
airecito santo: “¿No os ha acontecido tener vuestra ánima
seca, sin jugos, llena de desmayos, atribulada, desganada, y que no
le parece bien ninguna cosa buena? Y estando así en este
descontento, y algunas veces bien descuidados, viene un airecito
santo..., que te da vida, te esfuerza, te anima, y te hace
volver en ti, y te da nuevos deseos, amor vivo, muy grandes y santos
contentos, y te hace hablar palabras y hacer obras que tú mismo te
espantas. Eso es el Espíritu Santo, eso es el Consolador, que en
soplando que sopla, que en viniendo que viene, os hallaréis tocados
como de piedra imán, y con alientos nuevos, y obras y palabras y
deseos nuevos que antes no hallabais en ninguna cosa: todo os
estorbaba, todo os enojaba; ahora en todo hallaréis sabor y mucho
contento, en todo os alegraréis, todo os enseña...”
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