"LA HOJITA" diciembre - 2.010

En el N. 59 que corresponde al mes de Diciembre de 2010 se incluye, en portada, el siguiente artículo:

“LA BRISA SUAVE DEL AMANECER…”

 

 

El tiempo, compañero inseparable de nuestras vidas, suele condicionar con frecuencia nuestros estados de ánimo. El tiempo “está revuelto y así están las cabezas”, decía mi abuela materna.  Y no le faltaba razón. Los fuertes calores de verano emperezan y ralentizan nuestros trabajos; las tempestades, vientos huracanados y las tormentas, sacan a relucir los temores y tensiones de nuestra insignificancia; las nieblas que ocultan la luz del día penetran sigilosamente nuestro espíritu sumergiéndole en ocasiones en una noche oscura.

 

         Solemos decir también, acerca de las manifestaciones extremas del clima, que después de la tempestad viene la calma. Uno de los momentos más hermosos de esta expresión tranquila y sosegada de la naturaleza, es la brisa suave del amanecer. Esta delicada brisa, sobre todo cuando acompaña a la luz del nuevo día, inunda de paz no sólo nuestros sentidos sino hasta las entrañas más profundas de nuestra alma; nos alienta para retomar la belleza y el gusto por la vida. Es impagable. Es un privilegio retomar el hálito de la vida de esta manera tan delicada y suave.

        

         El profeta Elías en uno de los momentos más complicados de su misión profética, percibe la presencia de Dios en una de estas delicadas brisas: “… He aquí que Yahvé pasaba. Y delante de él pasó un viento fuerte y poderoso que rompía los montes y quebraba las peñas; pero no estaba Yahvé en el viento. Y vino tras el viento un terremoto, pero no estaba Yahvé en el terremoto. Vino tras el terremoto un fuego, pero no estaba Yahvé en el fuego. Después del fuego, vino el susurro de una brisa suave...”  En este susurro de la brisa suave es donde por fin el profeta Elías escucha la voz de Yahvé, renovando su ánimo en la difícil tarea de manifestar al Dios verdadero a un pueblo infiel e ingrato.

 

      San Juan de Ávila, no encontró imagen mejor para manifestar la presencia del Espíritu Santo en nuestras vidas, que lo que él llama un airecito santo: “¿No os ha acontecido tener vuestra ánima seca, sin jugos, llena de desmayos, atribulada, desganada, y que no le parece bien ninguna cosa buena? Y estando así en este descontento, y algunas veces bien descuidados, viene un airecito santo..., que te da vida, te esfuerza, te anima, y te hace volver en ti, y te da nuevos deseos, amor vivo, muy grandes y santos contentos, y te hace hablar palabras y hacer obras que tú mismo te espantas. Eso es el Espíritu Santo, eso es el Consolador, que en soplando que sopla, que en viniendo que viene, os hallaréis tocados como de piedra imán, y con alientos nuevos, y obras y palabras y deseos nuevos que antes no hallabais en ninguna cosa: todo os estorbaba, todo os enojaba; ahora en todo hallaréis sabor y mucho contento, en todo os alegraréis, todo os enseña...”  

 

 

 

Amparada bajo la delicada sombra del Espíritu Santo, María de Nazaret acogió en sus entrañas al Hijo de Dios. Que un año más las celebraciones navideñas sean una ocasión para recibir este Espíritu en nuestras vidas, manifestando su mensaje de paz y concordia entre todas las gentes de buena voluntad. Desde la Peña de Francia este deseo lo suplicamos a Nuestra Señora para todos sus devotos.