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Una cruz sencilla, carpintero, sin añadidos ni ornamentos, que se
vean desnudos los maderos…, y decididamente rectos. Los brazos en
abrazo hacia la Tierra, el astil disparándose a los cielos”.
Con esta sencillez y la habitual fuerza de su poesía, se
manifestaba León Felipe, uno de nuestros poetas más inspirados del
pasado siglo. Un hombre profundamente honrado consigo mismo que
después de haber recorrido innumerables caminos durante su vida, al
final confesaba que: “… Mi poesía salvo los momentos que tienen
un aliento de plegaria, la rompería, la quemaría toda…”
Probablemente una de las principales causas de la actual crisis
religiosa sea la falta de sencillez de nuestra manifestación de la
fe cristiana. Somos propensos a revestir el mensaje evangélico con
demasiados añadidos extraños. En siglos pasados llegó a presentarse
al Crucificado como símbolo de poder y de fuerza. En nuestros días,
entre otros ropajes se suele presentar, como un atractivo
cultural-turístico demasiado efímero. Una buena parte de las
iglesias, son visitadas por muchas personas incluso creyentes, con
una cámara de fotos ó de video, sin que apenas hay entre ellas un
pequeño grupo que experimente el aliento de la plegaria, que
decía nuestro poeta.
Y sin
embargo el Crucificado, es el Hijo de Dios, Creador del Cielo y de
la Tierra, que se anonadó, que se humilló… hasta la muerte, y
muerte de cruz. Jesucristo murió indefenso y apenas acompañado
por unas pocas mujeres. Creemos sinceramente que es el
acontecimiento cumbre en la historia de la humanidad. Jesucristo ha
llegado a la hondura más profunda de la existencia del ser humano,
compartiendo sus límites más oscuros, para dar esperanza y
fortalecer las vidas más olvidadas, las que aparentemente no tienen
sentido alguno, las que están cubiertas de tinieblas como en
el momento en que Él moría en la Cruz. Nada hay comparable a lo
sucedido en el monte Calvario.
Con la
muerte en la Cruz, Jesús, daba cumplimiento al compromiso de su
palabra: “Nadie tiene mayor amor que el que da la vida por sus
amigos.” No hay otro camino evangelizador que el testimonio o la
manifestación del amor a través de la cruz desnuda. Ya hace más de
treinta años, el Papa Pablo VI, una de las mentes más preclaras del
sigo pasado, exhortaba a los evangelizadores con estas palabras:
"El
hombre contemporáneo escucha más a gusto a los que dan testimonio
que a los que enseñan, o si escuchan a los que enseñan es porque dan
testimonio".
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