La frase con
que encabezamos nuestra pequeña Hoja de la Peña, puede que sea
difícilmente creíble en nuestros días, cuando la mayor parte de las
noticias que nos trasmiten los medios de comunicación, aparecen
llenas de pesimismos y negros presagios. Pareciera más bien uno de
tantos mensajes políticos o comerciales que a diario recibimos, y
que en el mejor de los casos nos dejan indiferentes, aburridos, y a
veces hasta nos irritan.
Y, sin
embargo, esa gran alegría para todo el pueblo que fue
anunciada a los pastores de Belén hace más de dos mil años, sigue
estando vigente para las mujeres y hombres de buena voluntad.
A los pastores, que pernoctaban al raso
cuidando sus rebaños en los campos de Belén, un ángel del
Señor les anima a que se alegren y recobren el ánimo,
porque al fin les había llegado UN SALVADOR.
Cuando a los
seres humanos se nos estrechan y oscurecen los límites de nuestra
existencia, a causa de una situación injusta, de una enfermedad o de
un conflicto moral…, buscamos el apoyo o la ayuda de alguien. Cierto
es que hay personas que son auténticos ángeles de luz y de
esperanza, gracias a las cuales podemos retomar nuestro
camino por la vida. Pero nuestros deseos y carencias momentáneamente
satisfechos o aliviados, siempre quedan con una ventana abierta a
algo mejor que pueda superar las pequeñas fronteras de nuestra
condición humana.
Anhelamos un
Salvador, que nos conduzca a las sosegadas praderas de una vida
plena, donde gocemos sin temor alguno de una justicia insobornable,
de una verdad cristalina, de una paz absoluta…, y en fin de un AMOR,
síntesis de todo lo creado: generoso, desprendido, abierto a los
inmensos e ilimitados horizontes de un cielo nuevo y una
tierra nueva, sin lágrimas en los ojos, ni muerte, ni duelo, ni
gritos, ni trabajo, porque todo esto es ya pasado.
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