Todo el mundo habló de Greta Thunberg en la pasada en la COP25 de Madrid, de su aspecto, de su estatura, de su síndrome de Asperger. También vinieron Harrison Ford, la estrella de Hollywood, Al Gore, el ex-Vicepresidente de los USA, el ex alcalde de Nueva York Michael Bloomberg y otros famosos, que sirvieron para levantar cierta polvareda mediática y durante aquellos días enardecieron o mantuvieron a las gentes entretenidas y retuiteando como descosidas. No hubo alfombra roja, pero lo parecía.

Sin embargo la cuestión no es el hiperliderazgo mediático de estos personajes, sino que, mientras se habla de ellos, nadie habla de Jair Bolsonaro, el pirómano de la selva amazónica, ni de Donald Trump, que sigue haciendo chistes sobre el frío que hace en pleno recalentamiento global, ni de Xi Jinping, el presidente chino que aspira a seguir contaminando por el procedimiento de comprar cuotas de emisión de gases a países tan pobres que ni siquiera se pueden permitir el lujo de poseer industrias, ni de la falta de compromiso real de los Gobiernos del Planeta. En esta situación, hablar de ellos, persistir en el escrutinio de sus figuras, de sus palabras, de sus gestos, no es otra cosa que una técnica para proteger a los verdaderos enemigos del innegable Calentamiento Global (o Cambio Climático, como se quiera llamar), sino de todos los habitantes de la Tierra.

Claro que la razón principal de que la adolescente sueca provoque tanta hostilidad -directa o indirectamente- no está en lo que dice, sino en lo que hace. A su manera simple y obstinada, cruzando el Atlántico en un velero o llegando a Madrid desde Lisboa en un viaje casi tan lento y tan incómodo como su travesía marítima, nos echaba en cara, literalmente, nuestro grado de responsabilidad personal ante la gran crisis climática que ya está sucediendo, y nos dio ejemplo de un activismo hecho a la vez de agitación política y de cambios concretos en la vida diaria de cada uno. Y es que las palabras son gratis y las causas nobles son más llevaderas cuando lo único que exigen es la firma de un manifiesto, o una declaración pública.
           

Lo que ella nos dice, queramos escucharla o no, es que para atajar en lo posible el gran desastre que no hará más que acelerarse en los próximos años, no solo vamos a tener que afirmar algunas ideas, sino que va a hacer falta que cambiemos nuestra forma de vida. Lo que también nos dice es que lo muy limitado de la acción individual no es una excusa para no ejercerla, sino un acicate: porque dado que es poco lo que una persona aislada puede hacer, es preciso que quienes compartimos un ideal de sensatez y justicia nos unamos en una gran conspiración que será más efectiva según vaya siendo más amplia, hasta convertir la rareza o la extravagancia del activismo solitario en una gran ola que transforme el mundo, y en la que cada uno, aun sumándose a todos los demás, sigamos ejerciendo nuestras inexcusables tareas personales, la responsabilidad que solo a él o a ella les corresponde porque nadie más puede cumplirla. A un sistema económico depredador que envenena la tierra y el aire y el mar y esclaviza a los seres humanos, solo se le impedirá que termine por destruir el mundo si se vuelve universal la rebeldía al principio solitaria.

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