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Los cuentos del abuelo AnacletoSan Jairo, "Zapatero Remendón"
¿Sabéis
cuántos santos tiene la Iglesia? Su
número es enorme: mártires, eremitas, monjes, doctores, etc. etc. Además,
no lo tengo a mano, por lo que no sabría decir si en él está incluido
nuestro zapatero remendón; pero bien pudiera ser, porque santo es el que se
parece mucho a Dios que es el Santo modelo de todos. Sí
he leído en el Evangelio (Mc. 5, 22-23. 35-42), que un tal Jairo mereció
por su fe, un milagro sorprendente de Jesús: la resurrección de su hija
adolescente. Pero
tampoco me refiero a ése, sino a un tal Jairo, zapatero remendón a quien
el pueblo le hizo santo sin necesidad de ceremonias en Roma. Este
Jairo de la historia tenía su taller zapateril en el bajo de una modesta
casa de barrio, en la gran ciudad. Sobre la puerta de entrada, un letrero
que decía: "JAIRO
EL FANFARRÓN, ZAPATERO REMENDÓN". Y debajo, en letra menuda: "Se arreglan todas clase de desperfectos".
Ya
dentro del taller, y en letras grandes para que pudieran leerlo hasta los
menos duchos en letras: Precios: Ante tan estimulantes ofertas, todas las comadres del barrio le traían sus zapatos a arreglar.
-No
se preocupe, Dña. Ruperta, respondía Jairo adaptándose al lenguaje
grandilocuente de su clienta: le pondré unas punteras de hierro para que no
se lastime cuando reincida en sus puntapiés y con un letrerito que diga:
"no andes por la vida dando puntapiés a todo". -Mire
, señor Jairo, le decía Gilberta, aquí le traigo los zapatos de mi
hija, que no sé por qué caminos anda que enseguida se le pudren las suelas.
-No
se preocupe, señora Gilberta, respondía Jairo con pareja corrección: les
pondré unas suelas reforzadas con plomo para que su hija ande bien aplomada.
-Mire,
Jairo, le decía Heriberta, los zapatos de mi marido: no sé qué maneras torcidas de andar tiene, que enseguida se le desgastan los laterales
de las suelas. -No
se preocupe Heriberta, respondía Jairo con similar cortesía: repararé
las suelas y los adornaré con unas flechas para que ande siempre recto y
sin torcerse. -Mire,
tío Jairo, le decía llanamente Rigoberta: no sé qué me pasa, pero
se me despegan enseguida los tacones y como no sé andar tan encumbrada como
pide la moda, a veces me retuerce el pie y corro el riesgo de dislocarme los
tobillos. -No
se preocupe, tía Rigoberta, contestaba Jairo con igual llaneza: se
los recortaré un tanto para que no vaya Ud. tan encumbrada por la vida
aunque lo pida la moda, y se los encolaré con tan buena cola que le durarán
eternamente, para que pueda Ud. ir al cielo con tacones y todo aunque con más
modestia y sencillez. Y
así, sucesivamente, adaptándose a cada clienta y dando a todas esperanza y
seguridad. Algo
así como lo que Dios hace con nosotros, adaptándose a nuestra condición y
conciencia personal, dándonos solución a nuestros personales problemas y
desaguisados, y enseñándonos con infinita paciencia a caminar
correctamente por la vida. Y
cuanto al precio se refiere, igual que Dios y Dios igual que Jairo: la
voluntad y con amor. Porque lo más sorprendente en Dios es que respeta
nuestra voluntad y generosidad en el amor con que queramos pagarle los
arreglos que nos hace. Consecuencia:
que la paciencia, afabilidad y buenos servicios de Jairo se hicieron
populares en el barrio y la gente empezó a llamarle "san
Jairo, el zapatero remendón".
A
Jairo, tal apelativo no le quitaba el sueño ni le producía hinchazón de
vanidad, pues solía decir: lo que la gente diga me tiene sin cuidado; yo no
me juzgo porque nadie es buen juez en propia causa; ni me quitan ni me
ponen: soy lo que soy y eso es lo que vale. Hasta
en eso se parecía a Dios, a quien no afecta lo que de Él digamos; algunos,
hasta le culpan de las desgracias que nosotros mismos nos buscamos. Pero Él
es lo que es:"Yo soy el que soy" (Ex. 3, 14). Fr. José Polvorosa, O.P. Adiós, peques, hasta la próxima... ![]() |
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