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El “Guardián”, pero no entre el centeno Haz el bien y no mires a quién
El huidizo J. D. Sallinger escribió “El guardián entre el centeno”, que fue su modo de atacar la hipocresía del momento. Queda lejos su primera edición, 1951. Fue una novela que había que leer y así no olvidarnos de ese extraño escritor que no concedía entrevistas y pasó desapercibido hasta que la popularidad lo obligó a encerrarse huyendo de la gente.
En la Peña de Francia también hay un fraile dominico “guardián”. No se parece al de Sallinger, ni se mueve entre el centeno. Su trabajo pasa desapercibido. Hay algo que los iguala: la discreción. En la Peña nadie pregunta porqué todo está dispuesto, preparado; quién hace que todo el mecanismo de un santuario tan famoso, esté en activo cuando no se ven personas realizando ningún trabajo. Para él el trabajo comienza temprano para saludar al Señor e iniciar la tarea.
Al llegar al Santuario descubrimos que todo está preparado, listo, puntillosamente cuidado. Alguien, casi de forma desapercibida, se mueve, coloca, limpia, dispone todo y, cuando van llegando los visitantes al Santuario de la Virgen de la Peña de Francia, todo está en su sitio, limpio; las velas consumidas han desaparecido, los papeles que alguien dejó caer han sido recogidos, el manto de la Virgen debidamente colocado para cuantos desean subir al camarín a besarlo con unción.
Así transcurren muchas horas del día y todo ello hecho de forma discreta, sin ruido ni alharacas, pero realizado puntillosamente. Al bajar del Santuario nadie se ha dado cuenta de nada, tampoco han preguntado, cómo se mantiene todo en su debido orden y atendido de forma tan natural. ¿Milagro? No, el dominico “guardián” ha realizado su trabajo silenciosamente.
A las doce de la mañana las campanas convocan a la celebración de la eucaristía. Los devotos, y hay más de lo que parece, se van acercando. Con puntualidad comienza la celebración. Anima a los fieles a la participación y recuerda con sinceridad lo que la Palabra de Dios ha dicho ese día. El que desea acercarse al sacramento de la confesión puede hacerlo. También para eso está dispuesto.
Al concluir el culto, alguien se acerca a la sacristía. Viene a buscar apoyo o consuelo. Ahí nuestro fraile “guardián” escuchará con paciencia el dolor o la alegría, la nostalgia y la pena. Y les entregará un pequeño calendario que puede llevarse en la cartera. Es el del año que viene, para que cuando llegue su tiempo puedan contar en el caer de los días con la imagen de nuestra Señora de la Peña de Francia. Y la gente toma ese pequeño calendario con confianza y agradecimiento. Ya en sus hogares mirarán el calendario con añoranza. “Volveremos el próximo año, porque esto es único. Se respira tanta paz…”.
Algunos, venidos de Cuba, dejaron en “el libro del peregrino”, no hace mucho, esta frase tan hermosa: “Magistral e imponente el paisaje de la Peña de Francia. A partir de esta visita también la Virgen de la Peña será mi esperanza. Conservad esta iglesia para futuras generaciones y para la veneración de la Virgen”.
Concluye el día. Hay que cerrar las puertas del Santuario. La Peña va quedando desierta; solo algunos jóvenes llegan a última hora. Cuando está cerrando las puertas suplican una breve visita y hay que concedérsela. La noche se va apoderando de esta montaña. El silencio se extiende y la oscuridad envuelve todo el conjunto. El dominico “guardián” se recoge. Nadie se ha dado cuenta de su presencia discreta. Todo se ha cumplido como estaba previsto. Mañana amanecerá en el silencio de la montaña. Otro día más para atender con cuidado y esmero el santuario. Nadie se preguntará quién ha permanecido atento a que todo esté disponible para el que llega. La siembra del bien comienza con el día y todos los que llegan no se extrañarán de que las cosas sigan en pie. El silencioso fraile “guardián” se ofrecerá, de nuevo, al servicio de todos los que llegan. Otro día más, mientras el verano va marchando en el ritmo de lo que son los días de descanso. Cuando llegue el invierno, con sus días de fríos, lluvia y nieve, el santuario se abrirá cada fin de semana y nadie se preguntará porqué todo este imponente santuario sigue en pie y no se percibe descuido en ningún rincón.
La Virgen sonreirá al contemplar la labor de uno de los hijos de Santo Domingo que, además de predicar, mantiene vivo el Santuario, dedicando muchas horas a los más diversos menesteres. Curiosamente, y lo repito, nadie se preguntará cómo sigue todo en pie sin que falte ningún detalle; tampoco nadie se acercará para agradecer que el lugar esté en orden. Sólo quien ama a este lugar puede seguir tirando adelante esperando que todo siga en pie porque la Virgen se lo merece.
La discreción de este fraile dominico “guardián” que dedica muchas horas a que el orden no se interrumpa y cada quién encuentre lo que viene buscando en este hermoso lugar. Hay alguien que vive para que nada falte a aquellos que llegan deseosos de orar ante la imagen de la Virgen y escuchar palabras que devuelvan la fe y la esperanza. El fraile “guardián” vive para eso, aunque la mayoría no acierten a preguntarse por qué la Peña sigue viva desde el siglo XV. Hay mucho que agradecer, aunque nadie exija reconocimientos.
Qué hermoso es este lugar, cuánta paz se respira en estas alturas, qué bien que haya alguien que cada día se levanta para ayudar a quienes llegan, con fe o sin ella, y que todos puedan disponer de este lugar y disfrutar de su estancia y de su encanto.
“En las culpas y penas de mi pobre alma la Virgen de la Peña es mi esperanza”.
Así sea.
Salustiano MATEOS, dominico
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