"CON ACENTO"

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La historia de la Peña de Francia se ha ido construyendo lentamente. Su realidad actual ha contado con la colaboración, sencilla y discreta, de personas íntegras que han ido poniendo su granito de arena para que todo fuera tal y como es.  Su huella es imperceptible, pero se merecen nuestro recuerdo y consideración para que el anonimato no las arroje al olvido.

 

Es claro que su huella está en el corazón de la Virgen. Es una larga cadena perdida en el tiempo y sólo Ella sabe cuántos de los peregrinos de todos los tiempos, han dejado vestigio de su devoción y de su fidelidad. Los que a través de los días y los años nos encontramos en la cima, sí podemos constatar que muchos de los peregrinos y de la buena gente que acude al Santuario vive con recogimiento y cariño su devoción a Nuestra Señora y convierten el lugar en un "ámbito" de encuentro con la Madre. Admiran el paisaje y saborean la paz que en él se goza, para después acercarse silenciosos al interior de la iglesia y allí, con recogimiento, dan a su visita el carácter de peregrinación que convierte esta cima en un lugar especial. Es su fe y su devoción las que crean en esta cumbre ese ámbito donde todo habla de una "presencia viva" de Alguien que está más allá y más acá de nuestras vidas y que, a veces, no conseguimos encontrar.

 

Un encuentro que en muchas ocasiones suele ir acompañado de algún presente: flores, velas envueltas de calladas peticiones, donativos para el mantenimiento del lugar, manteles para los altares, ... a veces también aparecen grupos con bellos cantos charros, tamboril y gaita, ... etc.  Todos ellos aportan su afecto, su oración y su presencia.

 

A todos esos peñíscolas anónimos va muy especialmente dedicado este apartado. Todas esas buenas gentes que, en el ir y venir de los días y de los años, intentan encontrar un espacio donde mostrar a Dios su confianza callada, o quizás, el lugar donde recogidamente pueden expresarle su necesidad,  su aflicción o su alegría.

 

 

¡Y qué mejor casa que la casa de la Madre!

 

 

Junto a estos hombres y mujeres anónimos, hay otros a quienes todos recordamos, pero cuyas figuras pueden ir desdibujándose por haber abandonado este mundo. Son esos hombres y mujeres cuya presencia tuvo un relieve especial porque dedicaron tiempo, entusiasmo y fe, a mantener vivo el frescor del lugar para que todo siguiera hablando de Dios.