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¿CRUZ DE UNAMUNO O CRUZ DEL PEREGRINO?
¡Oh Cruz fiel, árbol único en nobleza! Jamás el bosque dio mejor tributo en hoja, en flor y en fruto. ¡Dulces clavos! ¡Dulce árbol donde la Vida empieza con un peso tan dulce en su corteza! (De la liturgia de viernes santo).
La llegada a la Peña de Francia tiene un momento que, los que somos de estas tierras, sabemos valorar. Hace algunos años, justo en el Balcón del Fraile, el ingeniero de caminos decidió acometer una obra sorprendente: romper la montaña y así eliminar una curva peligrosa. Ahora la carretera cuenta con esa curva más espaciosa y nos lleva directamente hacia el santuario, evitando el riesgo de encontrarse dos vehículos en un espacio muy reducido donde resultaba difícil maniobrar.
Sobre esa curva tan necesaria, hay una serie de rocas milenarias, que pocos se atreven a escalar. Allí, en el extremo de ese roquedal, se yergue una cruz de hierro, sencilla, una simple cruz que pocos descubren. La mayoría corre a llegar cuanto antes a las alturas donde se respira un aire puro y se admiran unas vistas inusuales. Allí queda la cruz de Unamuno, ignorada por la mayoría. Nadie la observa, todo el mundo la deja de lado.
Esa sencilla cruz, preside la entrada a la Peña de Francia. El buen padre Constantino quiso llamarla la “cruz del peregrino”; pero acabó imponiéndose lo de Cruz de Unamuno. Es verdad que el famoso rector de la Universidad de Salamanca en aquellos tiempos difíciles, solía llegar hasta la Peña de Francia cuando pocos conocían el lugar. Solo los lugareños de estos pueblos cercanos se acercaban a estas alturas a saludar a la Virgen. Unamuno lo hacía en el verano y desde estas alturas contempló estos paisajes y describió maravillosamente la extensión silenciosa que miraba y admiraba desde estas alturas. Allí se extasiaba viendo la llanura, en la parte del norte hasta perderse la vista por estas extensiones, mientras que, por el lado del sur, Extremadura, escudriñaba las montañas en que se escondían los pueblos de las Hurdes. En Por tierras de Portugal y de España (entre 1906 y 1909), se pueden leer esos comentarios a las visiones de las que él gozaba en la Peña de Francia.
Ahí sigue la cruz, enhiesta, afrontando los calores y los fríos, los vientos huracanados del invierno. Resiste el paso de los días y testimonia la verdad por antonomasia de los cristianos. Nos remite al misterio de la salvación. No sé qué diría Don Miguel de esta cruz solitaria en medio de estas rocas silenciosas. Estaría de acuerdo en que solo la cruz merece testimoniar que Quien en ella dio la vida fue un hombre genial, generoso, bondadoso hasta el extremo y que, por amor, no dudó morir sobre ella.
La solitaria cruz sigue predicando a todos los vientos la verdad salvadora de su efigie. Desnuda, como las rocas sobre las que se yergue, sigue mostrando la bondad de Jesús. Los que son capaces de ir más allá de lo inmediato, preguntan el porqué de esa cruz. Como en otras montañas, alguien quiso que saludara a los peregrinos. La mayoría la ignora y no sabe que esa cruz sigue ahí, callada y, al mismo tiempo, gritando el amor de Quien en ella murió.
Cruz de Unamuno, Cruz del peregrino, da igual. Quizá baste con llamar la cruz, desnuda y solitaria, emitiendo siempre el mismo mensaje: Cristo da sentido a la vida y, sobre todo, da sentido especial a esta montaña donde María ofrece, a quienes se acercan, a su Hijo, ese niño moreno como ella y sonriente al encontrarse con sus seguidores. Quizá como complemento, la Cruz de Unamuno nos enseñe cómo murió ese Niño que ella nos presenta de niño en sus brazos.
Esta mañana la cruz de Unamuno no estaba sola. Al frescor del día que comenzaba, una cabra ibérica y su cabritillo, respiraban tranquilas ajenas a los ciclistas que llegaban y a los pocos visitantes que paseaban por estas alturas. Seguramente que esta tarde, cuando el bullicio de los visitantes se haya adormecido, dos cuervos volarán a posarse a los pies de esa cruz. Es una escena repetida. Allí se juntan y pareciera que están compartiendo los avatares del día. Allí, en la serenidad de la tarde, disfrutan y descansan. Los visitantes han marchado y el eco de sus conversaciones en la rotonda donde duerme el reloj de sol, ellos se reirán del trajín de estas personas que durante el día pasean admirando los mismos paisajes que observaba Don Miguel de Unamuno.
Salustiano MATEOS, dominico
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