caos o desde ese desorden, crear un orden. En esa confusión crear un nuevo orden, un
nuevo equilibrio, no hay que condenar nada, no hay que condenar ese hecho
que nos hace sufrir, no hay que justificarlo, no hay que vivir a la
defensiva, no hay que justificarse, no hay que ambicionar nada; aun cuando a
veces que algo de eso nos haga sufrir.
Nuestro ego no se transforma, nuestro ego
no se va a transformar. Nuestro ego ha de morir. Eso sí. Se ha de extinguir.
Nosotros soñamos con su transformación.
Nosotros soñamos con otros hábitos, con crear otros hábitos, soñamos con
crear otras costumbres, con crear otros modos, otras formas, nosotros
soñamos con crear otras estructuras, pero realmente nuestro ego, hay que
reconocerlo, no se va a transformar, debe de morir, debe ir consumiéndose,
por eso hemos de tener paciencia con él, hemos de tener paciencia con
nosotros mismos, y por eso hay que aprender a estar con los hechos, con las
horas, con los acontecimientos, estar con ellos como son; aún cuando
realmente ellos a veces nos hagan sufrir. El saber estar así con las cosas,
el saber estar así con las personas o con los diversos acontecimientos que,
en la vida, tenemos que vivir, pues eso va a estimular, eso va a activar esa
sabiduría interior y por eso, ese sufrimiento puede ser sagrado.
El sufrimiento que activa esa sabiduría
profunda, digamos que es un sufrimiento que es como una bendición para
nosotros.
Otro es el sufrimiento en el que uno se
centra en si mismo, se centra en su exterioridad y ese sufrimiento puede ser
inútil, por no decir que a lo mejor es casi… casi, mezquino, porque nos
sentamos en nuestra superficie y uno va girando en torno de si mismo.
Puntualizar o intensificar, en este sentido, todas las expectativas es muy
peligroso.
Las expectativas siempre engendran un
reduccionismo, engendran o crean una limitación. Son limitadoras, reductoras
y por eso a veces pienso, e incluso sospecho, que no habría que esperar
nada. No esperar nada. No esperar nada con estas formulaciones, no esperar
nada dando un nombre a esta esperanza, no esperar nada dando una limitación,
objetivando esa esperanza, esperar como el que no espera nada.
Sencillamente. Porque entonces, no nos llevaremos ninguna decepción. La
expectativa siempre encasilla, la expectativa siempre cuadricula, la
expectativa asfixia siempre todos nuestros encuentros y todas nuestras
relaciones. Creo que es muy arriesgado expresar, nombrar nuestras
esperanzas. Es mejor esperar como sin esperar nada.
Toda nuestra vida es una esperanza, pero
no le ponemos ningún adjetivo, no adjetivamos, no nombramos nuestra
esperanza. Nada. Es mejor así. Entonces es una esperanza inmensa. Una
esperanza no limitada por nuestras concepciones o por nuestros deseos o por
nuestra imaginación o por… nada. Porque nosotros, sin darnos cuenta, vamos
poniendo nombres y sopesando y midiendo y mensurando nuestras esperanzas.
¿Cuántos encuentros provocan decepción? decimos –yo esperaba esto- o -yo
esperaba lo otro- y nunca se cumple lo esperado.
Realmente Dios es el que nunca cumple lo que esperamos en este sentido,
pobres de nosotros si cumpliera lo que esperamos. Aun cuando a veces esto
nos puede resultar un tanto extraño. Hay un pasaje muy hermoso que hace
referencia a esto (Carta a los Efesios 3,20-21) donde dice: “Al que es
poderoso para hacer que copiosamente abundemos más de lo que pedimos o
pensamos, en virtud del poder que actúa en nosotros, a Él sea la gloria en
la Iglesia y en Cristo Jesús, en todas las generaciones, por los siglos de
los siglos.” Es decir, ¡Dios nos da copiosamente más de lo que pedimos!
¡Nos da más de lo que esperamos! ¡Más de lo que podemos desear! por eso lo
mejor es ni pedir, ni esperar… nada, estar en un gesto de apertura ilimitado.
Os decía que no hay que
aguardar la transformación de nuestro ego, iba a decir que por otra parte no
hay que aguardar ninguna transformación. La transformación sucede cuando
nosotros vamos estando sencillamente atentos, atentos en nuestro trabajo, en
nuestro ocio, en nuestro descanso, en nuestro tiempo libre… es decir, la
transformación sucede cuando nos dedicamos al silencio o cuando nuestra
dedicación es el silencio, quiero decir, es esa vigilancia, esa atención,
ese estado de alerta. Por eso no basta con crear un espacio de silencio, aun
cuando eso es justo y está bien, lo importante es crear una vida silenciosa,
lo importante es dejar que fluya, que emerja, una vida realmente silenciosa.
J.F.Moratiel
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