El
padre Claudio, Dominico, natural de Los Corros-Feleches (Siero), cuasi
vecino de este servidor y compañero en la infancia, aunque pronto fuimos
por caminos distintos, pero paralelos. Era conocido por los alumnos del
Colegio Santo Domingo de Oviedo y sus amigos con el cariñoso nombre
asturiano de Pin, muy abundante por estos lugares: ¡Oye, Pin, estudia
más, que vas a suspender! Era su expresión favorita en clase; luego lo
llamaron a él, pero no le parecía mal. Quizá por esta cercanía,
nuestra comunicación fuera más fluida, además de otros aspectos comunes
como la docencia e inquietudes compartidas durante treinta años.
Perdona, Claudio, porque sé que este breve
recuerdo no hubiera sido aceptado de buen grado por tu modestia; quiero,
simplemente, añadir algún rasgo más a tu ejemplar vida y completar lo
que ya expresó días atrás la prensa, porque lo has merecido como hombre
de bien.
La imagen de tu persona merece un recuerdo
para siempre: sencillo, bondadoso sin par, amigo de servir y ayudar a
todos, desvelándose siempre por los alumnos, atendiendo espiritualmente a
quién lo necesitaba o lo pedía, fiel a los amigos, ocurrente en tu
manera de ser y agradecer; cuando eras más joven, cumplidor y exigente,
aunque esta faceta fuera matizándose con la edad. Así era tu bienhechora
humanidad.
Durante muchos años, en nuestra labor de
profesores, compartimos los apuntes de Arte de COU. ¿Te acuerdas cómo
planificábamos el temario, lo redactábamos de forma comprensible para
los alumnos, buscábamos las imágenes más representativas para que los
educandos aprendieran la asignatura de forma agradable y, finalmente,
obtuvieran una buena nota en selectividad? Cuando íbamos a las reuniones,
ya tu saber, paciencia e investigación, lo tenía preparado. Y esto, año
tras año.
Tengo que decirte que nunca conseguí que
reconocieras tu buen hacer en fotografía. "Esta foto es
corriente", me decías al enseñar tus trabajos. Mostrabas con
humildad fotos de nieve en la Peña de Francia, Picos de Europa, flores
bellísimas o la imagen de la Virgen, y ahí terminaba todo. Admitías que
eran bonitas, pero nada más.
Por otra parte, te agradezco una donación de
más de mil negativos de gran calidad sobre Asturias y Oviedo en las
décadas de los años cuarenta y cincuenta. Nunca supe la parte
correspondiente a tu creatividad, ni fui capaz de descubrirlo; a mis
preguntas, la misma contestación: "Las puedes usar para lo que te
convenga". La realidad es que algunas se han publicado en varias
revistas especializadas asturianas. Versaban sobre el campo, paisajes,
fiestas, personajes, montaña, pueblos, el Urriellu, etcétera. ¡Vamos,
todo un tesoro fotográfico documental!
Me causaba gracia como medías la muerte en tu
última enfermedad: acercabas dos dedos (el gordo y el índice) y
fraseabas con humor que habías estado "así" del más allá; el
"así", tenía una separación de cinco, dos, centímetros,
según hubiese respondido el corazón.
Poseo testimonios de tus alumnos y me alegro,
porque todos te aprueban con buena nota, aunque algunos recuerdan más las
anécdotas que decoraban tus clases, o tu lucha e interés por forzar el
aprobado de aquellos atrasados.
Te gustaba mucho el confesionario, donde
pasabas horas enteras, tanto en la iglesia de Santo Domingo como la Peña
de Francia o la Virgen del Camino. Lo tomabas como un servicio espiritual
a las personas. Alguna vez te preguntaba: "¿Tantos se confiesan
hoy?" Contestabas afirmativamente. Pienso que eras poseedor de un
carisma especial para esta función hoy muy abandonada.
Le visité horas antes de su muerte, tenía la
Virgen de la Peña de Francia colocada frente a su vista; ¡seguro que se
llevó la última mirada! A mí, personalmente, me dio la mano seis veces
en cinco minutos. ¡Todo un presagio! Termino con el testimonio de una
persona: "Vengo de dar el pésame por el P. Claudio, pero no recé
por él, pues le pedí que rezase él por mí, porque era un santo".
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