SOÑANDO EL PRIMER DÍA DEL AÑO EN LA PEÑA FRANCIA
Es
fácil soñar cuando en el corazón se llevan recuerdos que permanecen vivos, a
pesar del paso del tiempo. La Peña de Francia para mí es algo vivo,
familiar, también querido. En este comienzo del año quiero soñar mi estancia
en la Peña de Francia en esta última noche del año.

Esta noche que cierra el año ha sido serena. En el exterior la temperatura
debe ser aterradora, pero es una noche de paz; silencio escueto y
desbordante. Es agradable sentirse lejos de los ruidos, un tanto
desorbitados, de la gente que necesita decir y hacer cosas extrañas por eso
de acabar el año. Aquí todo ese barullo no llega. Se queda en el camino. Por
eso, se puede descansar, si el sueño tiene a bien acordarse de uno.
Pasada la noche y sus incertidumbres, hay que acercarse a la iglesia. Eso ha
de ser lo primero. El sol ha abierto el día con una luz cegadora; sus rayos
restallan sobre las rocas, cubiertas de hielo. Esa luz, que parece
desmentir la presencia de un invierno un tanto desolador, invade todos los
rincones de estas alturas. Es esa luz mañanera, de estreno, la que se cuela
por las vidrieras y da una tonalidad alegre a este comienzo del primer día
del año. No es necesaria la luz artificial.
Queda
más acogedora esa luz tamizada que parece saludar desde el oriente,
brillante y amistosa. En el santuario, vacío, no se oyen más que mis
pisadas. El frío, habitual en este lugar, se siente más intenso estos días.
Estoy estrenando el año 2021. Hay que comenzar por lo importante. Desde la
serenidad del día que acabo de estrenar, presento a Dios mi primer
Padrenuestro del año. Un Padrenuestro dicho de corazón, sincero, sin la
pátina de la rutina que frecuentemente perturba los mejores deseos. Es el
momento de darle gracias por todo lo vivido y poner en sus manos todo lo que
se ha de vivir.
Lo hago apoyando mi ofrenda en la intercesión de María. Ella sabe hacer de
intercesora; lo hizo en vida de su Hijo y dio buenos resultados.
Hay que abrir el santuario; al hacerlo solo veo el hielo que la noche ha ido
construyendo silenciosamente. Hay que cerrar los ojos ante su fulgor. El
frío es descarnado a estas horas primeras. Los escalones que conducen a la
iglesia brillan y uno teme la peligrosa caída. Pronto aparecen los asiduos
devotos que no quieren perderse la oportunidad de celebrar la llegada del
año nuevo saludando con alegría ante la imagen de la Virgen. Lo hacen todos
los años. Han dejado el coche en el Paso de los Lobos y han recorrido los
tres kilómetros
restantes a pie, pisando la nieve que cubre la carretera. Vienen bien
pertrechados. Se han despojado de los gorros y entran en la iglesia con la
confianza de estar en un lugar familiar. Los saludos habituales y los
mejores deseos para el año que acaba de iniciar su andadura. Todos anhelamos
lo mismo: que la pandemia se olvide de nosotros y podamos volver a vivir
como solíamos, sin miedo, con la misma alegría expresada en un abrazo o un
beso.
¿Hay misa? Por supuesto, la hay como siempre que alguien llega con fe y
desea vivir lo más importante de la fe. Somos pocos. La calefacción ha ido
acondicionando el ambiente y es el momento de olvidar el frío y vivir con un
corazón abierto el misterio del nacimiento de Jesús.
Hoy recordamos la visita de los pastores a Belén, sorprendidos y gozosos de
ver algo extraordinario en la sencillez de una familia que vive con alegría
la llegada del Niño. Tras la visita, los pastores vuelven a su quehacer
dando gloria y alabanza a Dios por lo que han contemplado. María guarda
cerca del corazón todo lo que está viviendo. Es la que nos puede transmitir
el misterio que envuelve toda esa escena. Es lo que buscamos al llegar a
estas alturas: ahondar en el misterio.
Mis palabras son
una invitación a una tarea común: ayudar a Dios para que el año sea eso, un
buen año. Suena extraño, pero quizá sea la mejor manera de descubrir lo
mucho que nos queda por hacer en este trabajo de cambiar el rumbo del mundo.
Sí, suena extraño, pero así es. Nos toca ayudar a Dios, sí, ayudarle en todo
el amplio sentido de la palabra. Él nos necesita. Les recuerdo la historia
que cuenta el escritor brasileño Pedro Bloch
donde el protagonista es un niño:
—¿Rezas a Dios?
–pregunta Bloch.
—Sí, cada noche
–contesta el pequeño.
—¿Y qué le pides?
—Nada. Le pregunto si
puedo ayudarle en algo, echarle una mano.
Ante estas grandes
catástrofes muchos se preguntan: ¿Qué hace Dios?
¿Por qué parece que Dios
no interviene para remediar los males del ser humano?
Echar una mano a Dios. De eso se trata. Con frecuencia olvidamos que, ante
tanto mal como nos acosa… Dios no tiene otras manos que las nuestras.
No
hace falta explicitar más el mensaje. Año nuevo, tiempo de tomar en serio la
responsabilidad de que el mundo sea mejor de lo que es. La aportación de
cada uno es imprescindible. Si nos convencemos de ello, el año irá trayendo
mejores noticias cada día. ¿No es eso lo que todos esperamos?
La
celebración de la fe concluye. Despedidas. Buenos deseos. La puerta queda
abierta. Habrá nuevos peregrinos que desearán dejar ante la Virgen sus
mejores deseos. Ella guardará con cariño todo lo bueno que ante su imagen
depositen. Ella, como siempre, trasladará todo ante Quien todo puede y
añadirá de su cuenta lo que le corresponda. Lo hará. Seguro.
Salustiano MATEOS, dominico
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