CUADERNO DEL CAMINANTE

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Cuaderno del caminante

 

En verano… imposible imaginar tales torrenteras

 

La Peña siempre sorprende. Durante el verano, ni por un momento siquiera piensas en lo que será La Peña en otoño o en invierno, allá por enero o febrero.

 

Te cuentan, sí, y lo hacen con vehemencia descriptiva, pero hasta que no ves el otoño y el invierno, no solo por su cromatismo como les decía hace unas semanas, sino cuando ves y sientes la reciedumbre de la lluvia, la copiosidad de la nieve, de las mil formas que tiene el agua de abrirse camino entre las piedras, agrietándolas con las fuertes heladas, arrastrándolas muchas veces, invadiendo la carretera, dejando caer el agua torrencial por cañadas y caminos pocos meses antes secos y sedientos… Es entonces cuando uno puede decir aquello de “si no lo veo no lo creo”.

 

La Peña es para crédulos y creyentes. También acoge a los incrédulos que sepan contemplar y cultivar su sensibilidad. Y uno piensa en tantas frases bíblicas donde los torrentes de agua eran el bien más anhelado por el pueblo israelita. A la memoria vienen el torrente Cedrón o la abundancia de agua cuando Moisés golpeó la roca en el Sinaí. Los salmos son un referente continuo del agua para un pueblo sediento que valoraba el agua casi más que ninguna otra cosa. Su Alianza sin agua hubiera sido “papel mojado”, piedra dura como pedernal. Agua y Alianza van estrechamente unidas… como van en La Peña en estos meses del año. Luego, en primavera y verano se dan respiro, un descanso, aunque alguna tarde las tormentas estivales se vuelven a hacer presentes. Desde la Peña quedan regados los campos que a sus pies están; baja por cañadas que ahora son oscuras y aparentemente tenebrosas, pero que en los meses de primavera y verano se vuelven todo luz, todo verdor y esplendor por el agua recibida a raudales en los meses previos. Es entonces cuando la naturaleza de La Peña estalla.

 

Claro que, en estos meses, en el Santuario y en la Hospedería se producen humedades que hay que reparar cada año, porque el agua se cuela sin permiso. Siempre suelo decir que este es un Santuario donde no mana ninguna fuente porque la Virgen lo haya pedido. La Virgen de la Peña es de secano, no es antojadiza con fuentes brotando a sus pies. Más abajo, sí; de ellas hablaré otro día, pero a sus pies nada de fuentes ni aguas milagrosas. Hay un “pozo verde” en mitad del claustro un tanto insalubre; también contaré de él otro día, porque sé que usted, lector asiduo y curioso, quiere saber cada vez más de La Peña de Francia y todo lo que en ella acontece.

 

“Como lluvia que empapa la tierra” es una expresión muy gráfica y muy repetida en la espiritualidad cristiana. Así es la lluvia de La Peña, aunque a veces se exceda. Se pasa o no llega… decimos para muchas situaciones. Así es ella, la lluvia temprana, la del mediodía o la de la tarde… contemplarla a buen recaudo desde una celda/habitación del Santuario o desde una confortable habitación como son las de la Hospedería, es una experiencia y un gozo inigualable: su ruido, su cadencia, su abundancia, su caída racheada, su golpeteo contra los cristales, su deslizarse limpiando paredes y puertas… ah, y a veces, aparece a lo lejos, en el fondo de los valles, el arcoíris en lontananza como símbolo de nueva creación multicolor.

 

Hay algo de bautismal, caída de lo alto, en la lluvia de La Peña.

 

Leo una frase conocida: “Para qué corremos rápido bajo la lluvia si delante también llueve…” Una vez empapados, es mejor disfrutar de ella. Pero en La Peña es tan fuerte que es mejor guarecerse pronto para que no te hiera… Y esperar a que escampe.

 

Es ya clásica aquella historieta en la que un pueblo entero sufría la devastación de la sequía. Hicieron cuanto pudieron y sabían. Oraron, sacaron en procesión sus santos. Nada. Un buen día pasó por allí un caminante desconocido y predicó que dentro de unos días, a tal hora, en tal lugar, comenzaría a llover, porque Dios había escuchado sus ruegos. Llegó el día y el pueblo entero se reunió para ir al lugar señalado. Todos iban contentos, expectantes, desprovistos de vestidos adecuados para la lluvia, burlescos y escépticos ante las palabras de aquel predicador pasajero. Solo una niña caminó silenciosa, confiada, con un paraguas entre sus manos…

 

Si a La Peña no subes con fe… tienes menos posibilidades de que te empape la gracia y la dicha del encuentro con su misterio, con el Misterio que allí se te ofrece.

 

Acabamos de comenzar el año 2021. Nuestros móviles y correos se han llenado de buenos deseos, con la esperanza de que los próximos meses sean distintos, mejores, prósperos. Decimos: Año de nieves, año de bienes. Esos bienes suelen ser fundamentalmente agrícolas, pero queremos hacerlos extensibles a toda nuestra vida, que siempre está en actitud de cultivo. Para que ello sea una realidad, la aptitud es la clave. Casi todo depende de nuestra aptitud ante la vida y cuanto nos rodea o nos traiga; de ahí dependerán nuestras actitudes, nuestros gestos y acciones. La aptitud tiene mucho que ver con nuestro carácter, con las virtudes y valores con los que vivimos, nos movemos y existimos. Los cristianos lo tenemos más claro, más fácil si quieren. Nuestras virtudes florecen y fortalecen en valores claros, concretos, firmes. La fe y la esperanza hacen que nuestros deseos de fraternidad “cuesten” menos, tengan otra orientación y sentido. Los valores no requieren de virtudes, aunque una persona con valores bien definidos y vividos se convierte en persona virtuosa. Aquello de “hacer de la necesidad virtud” tiene su valor.

 

Pensando en los que suben a La Peña o tengan programado ascender a ella a lo largo del año, sean cristianos o no, he elegido este texto de M. Ghandi, que tiene un sentido universal, válido para todos. Ghandi hubiera subido a La Peña. Valoraba mucho las virtudes cristianas, el cristianismo.

 

Uno de nuestros destinos próximos puede, tiene que ser La Peña de Francia. Todo un símbolo en medio de la llanura salmantina. Alguien les espera.

 

 

 

 

 

 

 José Antonio SOLÓRZANO O.P.