DESDE
LA “TIERRA CON PAN”
El
valle de las Batuecas es una de las puertas por la que la provincia de
Salamanca se abre a su vecina, la tierra extremeña. Dejamos La Alberca y sus
tópicas y típicas historias, sus calles medievales y, tras la abrupta y
retorcida bajada del Portillo, nos adentramos en la Provincia de Cáceres. El
paisaje sigue siendo hermoso. Las laderas de las montañas están pobladas de
pinos que dan al paisaje una belleza serena, salpicada por picachos donde se
muestra con orgullo la “capra hispánica” dueña de ese territorio común.
Extremadura tenía una extensa mancha negra en su geografía que, gracias a
Dios, fue borrada hace tiempo. Una región hermosa, con montañas agrestes,
con pueblos encaramados en laderas muy pendientes, con canchales donde
crecen olivos, algún manzano, y pequeños huertos que aprovechan el cauce del
río cercano. Estamos en las Hurdes, un área perdida y olvidada de nuestra
geografía, en torno a la cual han crecido leyendas mezcladas con realidad,
pero donde se nos mostraba como esa España perdida, atrasada, inhumana,
donde la supervivencia era una lucha contra muchos elementos.
Dejado en la orilla de la carretera el monasterio carmelitano de las
Batuecas, llegamos a Las Mestas, el primer pueblo que nos introduce en una
región históricamente señalada como pobre, habría que decir injustamente
abandonada, con costumbres atávicas, alentada por historias oscuras, un
tanto ajenas a la verdad de esa región. Buñuel puso la guinda con aquella
película/documental, “Tierra sin pan”, donde, exagerando la realidad
convirtió a las Hurdes en una tierra marcada, un dibujo tétrico, una tierra
olvidada de todos y confinada en sus propios límites, ajena a todo lo que
iba siendo progreso en el resto de España. Son pocos los que leyeron, para
contrastar, a un hispanófilo francés que se encariñó con sus gentes, como
fue Maurice Legendre, cuyos restos reposan en el Santuario de la Peña de
Francia. Algo similar hizo el inolvidable Unamuno que supo, también,
describir con cariño esa “terra ignota” y acertó a hacer un dibujo real
exigiendo más atención a sus carencias sin necesidad de denigrarla.
El
atraso y el olvido eran ciertos, pero todo es historia pasada. Hoy las
Hurdes es una zona alegre, con pueblos vivos, con escuelas sembradas por
toda la comarca y con gente honrada y trabajadora, como lo fue siempre.
Salir del olvido de muchos años, supuso una gran inversión que la Junta de
Extremadura supo acometer con acierto. Muchos de sus paisanos emigraron y,
de vuelta, han modernizado sus viviendas y han nivelado su ritmo de vida a
cualquier zona de nuestra geografía.
Hay
un aspecto que define a sus habitantes: son personas de fe. Una fe sencilla,
sin componendas extrañas, y en esa fe vivida tiene mucho que decir la
devoción a la Virgen de la Peña. A ello contribuyó la labor encomiable de
sus párrocos que vivieron con ellos animando la presencia de Dios en sus
vidas y aportando retazos de esperanza.
Son
muchos los “jurdanos” que, a lo largo del año, acuden a la Peña a manifestar
esta devoción bien arraigada. Ellos saben que siempre son bien acogidos,
como todos, sí, pero con una cierta simpatía que viene de lejos y que
supieron cultivar desde el P. Constantino, el P. Andrés y el P. Ángel, hasta
los actuales frailes que atienden el Santuario. Los “jurdanos” llegaban a la
Peña donde siempre encontraron, y siguen encontrando, una acogida familiar.
Hoy proceden de distintos puntos de España, también del extranjero, y ya no
son aquellas personas un tanto hurañas, quizá acomplejadas por proceder de
donde procedían. Hoy presumen con orgullo de ser “jurdanos” y no ocultan su
condición, sabiendo que todos reconocemos y valoramos sus inquietudes por no
perder el amor a sus raíces y su esfuerzo por hacer de su tierra algo
totalmente distinto a lo que hace años podía ser verdad.
Hoy
tienen una segura red viaria que facilita la llegada a todos sus pueblos y
alquerías y la vida discurre sujeta a los altibajos que la sociedad sufre en
cualquier parte de España. De lejos viene el cultivo de las abejas. Su miel
es muy valorada; una miel cultivada con esmero, de forma más tradicional,
natural, sin excluir modernos sistemas industrializados. Su esfuerzo y
sacrificio ha costado. Por eso, se sienten orgullosos y no tienen reparo en
proclamar su origen.
Llegan a la Peña con fe. Recuerdan a sus antepasados que subían caminando
toda una noche desde sus pueblos, por trochas medio perdidas, y luchan por
mantener esa tradición que complementa su fe en Jesucristo. Hoy son pocos
los que se acercan a pie, como la mayoría lo hacen en coche, pero llegan con
la misma ilusión y la misma fe para estar un rato ante la imagen de “su”
Virgen. Y, seguro, ella sonríe a su cariño y devoción. Saludan a los frailes
con cercanía y comentan las pequeñas incidencias de la vida. Encienden sus
cirios pidiendo por los suyos que ya no están y agradeciendo ese momento
duro que, gracias a la intercesión de María, vieron superado. Y prometen,
como reitera la gran mayoría de visitantes-peregrinos, que el verano
siguiente volverán a expresar eso que llevan en su corazón y que no quieren
que se borre porque anima sus vidas, les recuerda de dónde proceden y los
conecta a Dios y a las mejores tradiciones de su tierra.
Es
esa pequeña luz que en los momentos cruciales de la existencia se mantiene
encendida animando el discurrir de sus días, coloreando sus ilusiones y
esperanzas.
Las
Hurdes es una tierra valorada, quizá porque en otro tiempo vivió sumida en
el olvido, pero, sobre todo, porque sus gentes son trabajadoras,
responsables y caracterizadas por amor a lo suyo. Quizá porque tuvieron que
luchar arduamente para mantener sus vidas, hoy se reconocen como personas
esforzadas, serias y preparadas para vivir donde sea necesario. Nadie sabe
cómo será su futuro. Llevan ya muchos años caminando con buen ritmo y “la
leyenda negra” que oscureció muchos de sus años, ha quedado en el olvido,
algo tan necesario para reconocer todo lo bueno que van aportando al devenir
de sus días.
Salustiano MATEOS, dominico
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