CUADERNO DEL CAMINANTE

¿Dónde estamos?

Reseña Histórica

Plano del Santuario

Con Acento

Fotografías 

Poemas, Cantos ... 

Celebraciones

Cuaderno del caminante

 

 

La Peña, paisaje con figuras

Mejor, figuras con paisaje

 

 

 

Los paisajes, por muy bellos que sean, si no son vistos, mirados o contemplados, por alguien, son bellos cuadros pictóricos que pueden causar una magnífica impresión momentánea, que se retienen en la retina del corazón durante un tiempo, pero que después desaparecen sino encuentra uno en ellos un motivo para volver, para recordar o para recomendar.

 

En Baden Baden, ciudad que visité hace algunos años y a cuyo balneario iban Thomas Mann y Hermann Hesse, encontré en su museo un cuadro del catalán Baldomer Galofre con el título Paisaje con figuras. Al ver el título -lo mismo que al lector ahora- me hizo recordar aquella serie televisiva con el mismo título evocador, Paisaje con figuras. Antonio Gala, casi seguro y conociendo su estilo literario, su cultura nada común, tomaría de ese cuadro el título de aquella serie de éxito de principios de los años ochenta, una serie que supo dar a los paisajes de distintas épocas de la historia española, los suficientes personajes bien perfilados para que no fuesen paisajes muertos sino paisajes con vida, transitados por personajes hacedores de historia.

 

Siempre recordaré la serie de Sta. Teresa de Jesús en la que al final, en los créditos, en uno de ellos se leía “jefe de semovientes”. Tuve que ir al diccionario para buscar la palabra semovientes. No era ni más ni menos que el jefe de las mulas y caballerías que tiraban de los carros llevando a la Santa de un lugar a otro hasta las 22 fundaciones que realizó.

 

La Peña de Francia sin personas que de ella cuiden, sirven o hacen que haya vida, sería “naturaleza muerta”. La Peña, con sus inclemencias temporales, se mantiene y se sostiene no solo por quienes van a visitarla y disfrutar, sino por un puñado de hombres y mujeres que en ella trabajan cada día por conservar, limpiar, mantener estancias, lugares comunes, santuario, tejados, hospedería conventual, tienda, restaurante…

 

Ellos son “figuras con paisaje”, figuras/personas anónimas, de las que nadie habla o comenta, salvo cuando se produce algo negativo. Unamuno hablaba de la “intrahistoria”, vida tradicional o vida eterna, dice la RAE, que sirve de decorado a la historia visible; la vida anónima y callada de la inmensa minoría que alientan la vida de esa inmensa mayoría que decimos han hecho historia, la Historia.; también la historieta. La intrahistoria es la vida de rostros, nombres, personas de los pueblos que están de fondo permanente a esa historia visible y cambiante.

 

La Peña sabe mucho de ellos: P Constantino, P. Andrés, P. Ángel, Maurice Legendre, Unamuno y otros ilustres que por ella han pasado o han hecho referencias literarias, poéticas o pictóricas de La Peña. Pero, ¿quién habla de las personas que han mantenido limpias las instalaciones, que han confeccionado manteles para la Virgen, que han regalado mantos hechos a mano por el puro placer de ver a La Virgen de la Peña luciendo sus mejores galas…? ¿Quién ha hecho memoria agradecida de quienes sirven y trabajan con dedicación y entrega para ofrecer agua, o un café, o un bocadillo a los cansados peregrinos peñíscolas que llegan hasta el bar con ganas de un refrigerio y mantienen la despensa bien surtida para que a nadie le falte lo elemental al llegar hasta allí…?

 

¿Quién ha hecho memoria de Bruno que, venido desde el Brasil, trabaja y sirve sin queja alguna tras el mostrador del bar/restaurante, siendo como es hombre joven, serio, responsable, atento con todos, puntal, y lo hace con cariño y dedicación, con sonrisa amable sin excederse y pocas palabras, las suficientes, pero afables y educadas palabras y actitudes del hombre que sabe estar en su lugar, sin “pasarse” un ápice con nada ni con nadie…?

¿Quién ha hecho memoria de Eva, su compañera de fatigas, que ha crecido a la sombra de La Peña y que en ella trabaja hace veintitantos años limpiando, cuidando de todo, atendiendo en la tienda de recuerdos bien abastecida, subiendo y bajando mil veces al día, yendo de un lugar a otro, con su seriedad salmantina, con su fidelidad y constancia, sin restar un ápice al tiempo dedicado, sin levantar la voz, sin ningún enfado con los visitantes, sin que exista una queja, sin negar nada a nadie, eso que hoy se dice “sin pasarse” un milímetro, sirviendo con afabilidad en todo momento…?

 

Ellos, Eva y Bruno, hacen de La Peña, de la Hospedería conventual, un lugar de acogida respetuosa, digna, con el estilo propio que requiere el lugar. Sin ellos, probablemente la Peña sería otra cosa muy distinta; con ellos, La Peña invita a la hospitalidad y a la comensalidad, a la contemplación serena desde la pequeña terraza improvisada del bar, a estar sin prisas ante el paisaje o dedicarle el tiempo suficiente, casi detenido, en el Santuario, a llevarse un recuerdo de la tiendita, a valorar más la sencillez sin barroquismo alguno que La Peña trasmite.

 

Uno no puede dejar de pensar en la cantidad de gente buena que pasa por La Peña; como no puede dejar de pensar y agradecer a aquellos que hacen posible que la gente buena que pasa, lo sean más. Ya decía E. Hemingway: “La gente buena, si se piensa un poco en ella, ha sido siempre gente alegre”.

 

 

A La Peña se sube/asciende con ganas y se baja con alegría y ello gracias a la gente que la habita -no solo la Virgen- sino que la cuida con esmero y cariño.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 José Antonio SOLÓRZANO dominico