CUADERNO DEL CAMINANTE

¿Dónde estamos?

Reseña Histórica

Plano del Santuario

Con Acento

Fotografías 

Poemas, Cantos ... 

Celebraciones

Cuaderno del caminante

 

 

Mira, allí está… mi pueblo.

Y encima de nosotros, el sol… igual para todos

 

 

Con brazo extendido, señalador y entusiasta, muchos de los que suben a La Peña son vecinos de los pueblos aledaños que desde arriba se ven minúsculos. Aunque no se vean bien, lo que importa es el entusiasmo y querencia por lo suyo. Por la noche, el paisaje se impregna y se motea de pequeños núcleos de luces…y al fondo, muy al fondo, en noches diáfanas, siempre refulgente, el resplandor de Salamanca. Y viene a la memoria el largo poema de Unamuno; hemos de conformarnos con la 1ª estrofa:

 

Alto soto de torres que al ponerse

tras las encinas que el celaje esmalta

dora a los rayos de su lumbre el padre

Sol de Castilla;

bosque de piedras que arrancó la historia

a las entrañas de la tierra madre,

remanso de quietud, yo te bendigo,

¡mi Salamanca!

 

La Peña siempre es bella: al amanecer, al mediodía, a la tarde, a la caída del sol, en las noches estrelladas. En la rotonda, de la que ya les he contado, en la balaustrada que la rodea, hay puntos de mira o señaladores que apuntan hacia dónde está La Alberca, Mogarraz, Béjar o el pantano de Gabriel y Galán. Esas mirillas orientan, aunque hay que atinar bien. En medio, el reloj de sol que les indiqué y que va marcando la hora, siempre fiel y como suele suceder con los antojos extraños a los que es muy dado el ser humano con tal de llevar la contraía a la Naturaleza, no coinciden la hora solar y la hora que nos han marcado y dicen o quieren que sea. Siempre vamos una hora por delante…, lo cual no quiere decir que seamos más adelantados que el sol, que sabe bien lo que hace o por qué sale cuando sale. Él va una hora por detrás, puntual, a su hora, nunca se retrasa. Su cuerda o pila solar es eterna. Por lo significativo -lástima que apenas se lea sino te lo enseñan o indican- el sol habla y se comunica en latín con nosotros: “Tantum nocte sileo” (Solo me callo de noche). Un precioso y sencillo mensaje solar, pero lleno de grandeza luminosa y humana. Ya decía Heráclito que “el sol es nuevo cada día” y en La Peña, más. El teólogo dominico holandés Edward Schillebeeckx supo darle un contenido creyente “Dios es nuevo cada día”; repito, en La Peña, más.

 

El sol de La Peña, no quema, solo da calor, luminosidad y brillo a cuanto rodea; no se necesitan cremas solares. El sol sabe que no puede eclipsar la presencia discreta de la Virgen de la Peña; ella, como dice el estribillo del pasodoble: Virgen de Peña de Francia, morena de sol y viento; yo te ofrezco el clavel rojo de mi capote entreabierto. Cuida tú, Madre mi vida, cuando la juego en el ruedo Virgen de Peña de Francia, morena de sol y viento. Su Hijo, moreno también. Ambos saben tomar el sol.

 

No sé si W. Whitman conocía un aforismo maorí, supongo que no. Los maoríes dicen: “Gira tu cara hacia el sol y las sombras caerán detrás de ti”. Whitman dice: “Mantén tu rostro siempre hacia la luz del sol, y las sombras caerán detrás de ti”. Quién copió a quién, nos da igual: me inclino a pensar que fue Whitman quien copió a los maoríes de Nueva Zelanda y Australia; estos son más de antes de ayer que Whitman…

 

Ya es repetida la frase de R. Tagore: “Si lloras porque se ha ido el sol, las lágrimas no te dejarán ver las estrellas”. En la Peña, eso no ocurre. Las estrellas saben bien el lugar que les corresponde y no pretenden ocupar el lugar del sol cegador del mediodía. Me gusta citar aquello, de Tagore también, cuando al ponerse el sol, éste dijo: “¿Habrá quién me sustituya…? Y la lámpara respondió: “Se hará lo que se pueda…” Otra bella lección poética y real. Quedamos nosotros, los que necesitamos y absorbemos la luz solar -¡Ah, la vitamina D tan necesaria, sobre todo cuando eres mayor!- para sustituirle, para ser luminosos, para hacer lo que se pueda… Que por nosotros, no quede. Somos, debemos ser, la vitamina D de Dios para los demás.

 

Estos escritos semanales, sin grandes pretensiones (alguna sí) tienen el propósito de mantener viva la llama solar peñíscola. No dudo de que sus lectores son los mejores propagadores de la luz de la Peña de Francia, de la llama viva de la fe que emana del Santuario silencioso, del calor de la acogida de la Hospedería. Avivar las brasas de la fe es nuestro cometido como dominicos. Anadsopireo, decía S.Pablo en la Carta al joven Timoteo “”Porque me acuerdo de la sinceridad de tu fe. Esa misma fe que antes tuvieron tu abuela Loida y tu madre Eunice, y estoy seguro de que tú también tienes. Por eso te recomiendo que avives el fuego del don que Dios te concedió cuando te impuse las manos” (Carta a Timoteo 2, 5-6). Soplamos sobre las brasas de la fe que en muchos quedan y, con la ayuda de la brisa de La Peña y con la badila de la Virgen (acostumbrada a soplar y azuzar las brasas de la lumbre en su fogón de Nazaret), reavivamos esos pequeños rescoldos cristianos que permanecen silentes en no pocos de los que suben a La Peña. Una fe que pervive, agazapada, a veces con miedo a manifestarla porque las circunstancias actuales soplan en contra, pero que saben que allí, en La Peña, no hay nada en contra; al contrario.

 

A los niños les imponemos las manos y los bendecimos; los padres y los abuelos quedan encantados. Ellos no saben que estamos repitiendo el mismo gesto que S. Pablo hizo con Timoteo.  Somos meros transmisores de una fe recibida en el ámbito familiar. Les regalamos un calendario de bolsillo del año siguiente para que programen con antelación su visita y así se vayan contentos y satisfechos de “haber subido a ver a la Virgen”, como si de alguien de la familia se tratase. Y lo es, sin duda. Los niños suelen pedir algún calendario más para sus amigos, para la profe o para los compañeros de clase. Estos gestos, simbólicos y reales a la vez, son más fáciles de hacer allí y de que los acepten, que en medio de una ciudad.

 

En La Peña, esto es claro y manifiesto. Muchos suben cual Timoteos, porque de pequeños subieron con su abuela, con su madre y quieren que sus hijos no pierdan esa tradición, y que miren hacia la Virgen de la Peña en los momentos de dificultad y en los de dicha. Soplar sobre las brasas de la fe es una magnífica labor humana, dominicana, cristiana, en suma. Y en La Peña hay viento suficiente para atizarlas, para azuzarlas…

 

El Premio Nobel de Literatura 1915, Romain Rolland decía: “El negocio del artista es crear luz solar cuando el sol falla”. Negocio como ocupación, como negación del ocio, (neg-ocio), no como cuestión crematística. Una ocupación sana que evita aquello de que “el ocio es la madre de todos los vicios”.

 

Por eso los poetas, los escritores, los artistas en general, no suelen ser ricos, porque lo suyo es crear luz solar interior para la que no hay contador eléctrico que valga. Solo hay, lo saben bien, contadores/managers/editores que se forran con el generador interior de su luz creativa. No es vano, poesía significa creación y poeta, creador. Dios es el mejor y mayor poeta. Él es nuestro Sol de justicia, de paz, de concordia y entusiasmo.

 

Ascender a La Peña es un buen negocio, es invertir para la eternidad y ahuyentar la desgana, la desidia, la apatía, aquello que los clásicos denominaban la “acedía o acedia” (ya no sé si lleva acento o no), la flojedad, el instalarse en la tristeza, la amargura, la angustia vital, muy propia a partir de los 45-50 años; esa atmósfera que a veces nos envuelve y se encuentra suelta en cualquier esquina o dificultad de nuestra vida para arrebatarnos la  alegría y la esperanza en cualquier momento y seducirnos con sus mejores artes o mañas de desgana o pereza que rechaza el gozo espiritual.

 

Los psicólogos se la han apropiada llamándola “depresión”, tan frecuente en nuestro trato con las gentes (¡se nota tanto en la confesión!), pero es una actitud muy de antaño, añeja postura vital y espiritual, que ya los padres la Iglesia o los del desierto la consideraban pecado: instalarse en la acedía como signo de indiferencia, de ingratitud, de tibieza, de rechazo a Dios. Si yo les contara dónde se incuba más y de manera más honda y permanente… Leyendo a Ralph Waldo Emerson -es de los pocos filósofos americanos que he leído, pero solo un librito- del que tengo apuntado en mi libreta una cita de interés: “Si sientes que todo perdió su sentido, siempre habrá un te quiero, siempre habrá un amigo”. Él tenía por amigo a Henry David Thoreau, escritor y filósofo, que también tiene textos preciosos sobre la naturaleza. No sé si los ecologistas han leído algo suyo.

 

La Peña, la Virgen de La Peña, es un buen antídoto contra esa instalación en la acedía, en la depresión espiritual. El paisaje no es depresivo, el aire (ruaj) del espíritu no es depresivo, la Virgen y su Hijo no saben de tal actitud negativo/depresiva y no dejan que se convierta en aptitud interior permanente. Y si allí asciendes con un amigo o lo encuentras allí, nunca se sabe, tanto mejor. Todo ello no excluye que tengas días grises y tormentosos, como en La Peña. Hay días que, tras alguna decepción, el alma se queja y llora.

 

Hoy me dio por el sol, que también es buen aliado contra las grisuras y tristezas, como el sol de La Peña, o el que ilumina mi despacho cuando esto escribo, o el que le acompaña a usted cuando sale a dar su caminata diaria por esos caminos o parques, que en casi todas partes llaman “la ruta del colesterol”. Podría llamarse también “la ruta de con-este-sol”, ¡como para no salir a caminar…!

 

Ahora, voy a dar mi paseo diario. Necesito caminar y sintetizar la vitamina D, tan fundamental a cierta edad y máxime ahora, junto con la vitamina C, para hacer frente al Covid-19… que a La Peña no se atreve a subir… La Virgen y su Hijo en brazos son el mejor escudo sanitario… Ellos lo ahuyentan y la brisa lo barre… Así usted y yo podemos respirar hondo y sin miedo…

 

 

 

José Antonio SOLÓRZANO O.P.