CUADERNO DEL CAMINANTE

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Cuaderno del caminante

 

 

A VECES... EL MAR DE NUBES

 

 

Hay que madrugar un poco si uno quiere contemplar el mar de nubes que desde temprana hora cubre valles, pueblos, monte bajo que motea el paisaje sin igual. En frase cursi uno puede decir que flota en un mar de algodones que van tornasolándose según los primeros rayos de sol los atraviesan y diluyen para dejar paso a la hondonada que desde los 1800 metros se divisan.

 

A veces las nubes llegan hasta las mismas puertas del Santuario, pidiendo colarse en él para rendir homenaje matinal a la Virgen que durante la noche ha estado en vigilante espera silente. Son ya clásicas las representaciones de imágenes mariana rodeadas de nubes como soporte de la suavidad maternal que sostiene y embellecen. Las nubes de La Peña se quedan fuera, envuelven a los primeros visitantes y acarician sus rostros matinales, recién despertados a la luz de la mañana.

 

También, a veces, las nubes se acercan a la entrada de la Hospedería, aún cerrada hasta las 9, como queriendo indicar que ellas también necesitan ese recinto/bar donde tomar un café, sentarse en la terraza y contemplarse a sí mismas.  Admirarse y analizarse a sí mismas, no por nubolatría, sino para poder verse mejor y así, al día siguiente, corregirse, matizar sus formas y colores, sorprender al viajero, al caminante, al peregrino ascendente para decirles que en La Peña ningún amanecer es igual a otro, que su iris se limpia y purifica cada mañana, que todos necesitamos que el glaucoma acumulado se despeje para ver la vida, a los otros, a la naturaleza, al adentro de cada uno con mayor claridad y con espíritu más diáfano. A veces, las nubes compran en la tiendita un recuerdo, un detalle de sí mismas, en una taza, en un boli, en una pequeña foto enmarcada para no olvidarse de quién eran y poder seguir siendo presencia en cualquier estantería familiar o chimenea.

 

Las nubes de La Peña no entorpecen, al contrario. Te animan a permanecer expectante, a contemplar y contemplarte más cerca del cielo, a ser más tú mismo para ser más de los otros y con los otros. Las nubes de La Peña te ayudan a flotar sin caer, a sostenerte y ascender sin titubeos.

 

A veces, las nubes de La Peña se trasmutan en niebla cegadora y densa con el único propósito de envolver al Santuario y a la Hospedería, para que la acogida en ellos sea más agradecida y clara después, a esa hora de media mañana en que todo se difumina y vuelve ser el lugar esperado, la calma sosegada, el calor tenue de la mañana de luz, de éxtasis y maravilla.

 

Sin las nubes de La Peña, la capacidad de admiración y sorpresa, según van abriendo paso al día, no sería igual de gratificante y de contemplativa.

 

Las nubes de La Peña son el algodón necesario para limpiar tantas heridas con las que hasta allí se asciende y que la Virgen utiliza suavemente para repartir el bálsamo que cada uno necesita. Ella prepara así su botiquín matinal: con muchas nubes, con el calor de los primeros rayos, con la suavidad de su mirada y el encanto de sus manos.

 

 

 

Fr. José Antonio SOLÓRZANO O.P.