CUADERNO DEL CAMINANTE

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Cuaderno del caminante

 

 

LOS PEREGRINOS SE IDENTIFICAN MÁS….

 

 

…con Santiago apóstol que con S. Andrés. Los dos se parecen, quizá porque fueron tallados en el s. XII por el mismo escultor. Aunque la fiesta de Santiago es el 25 de julio, él está allí todo el año. A la espera. Éste que está en la Peña, capilla lateral derecha, quizá se nos muestre más hierático que su homólogo San Andrés.  Andrés saluda, Santiago, no. Su expresividad está en los ojos almendrados, muy abiertos, como queriendo ver bien a todos cuantos llegan, mirarlos de frente mientras depositan su ofrenda, a los que encienden una vela tras la larga caminata a La Peña. Libro en mano, sus cartas quizá, bastón del peregrino y calabazas para saciar la sed. Es una figura románica, agradable, copia de la que está a buen recaudo también, pues siempre hay algún desaprensivo que intentó apropiárselas, también de S. Andrés. Con un Cristo del s. XVII lo intentaron, pero el Cristo se defendió, solo le arrancaron los dedos de la mano izquierda y está a la espera de una restauración para volver a su lugar de origen, mientras que el original también está a buen recaudo en el museo del convento de San Esteban.

 

Es lo que la iglesia, las órdenes religiosas, hemos venido haciendo desde siempre: guardar, no encerrar, el patrimonio cultural artístico, bibliográfico, escultórico, para que la barbarie -que suele repetirse- no se ensañe por ignorancia o ideología lo que otros predecesores, que con mucho esfuerzo y tesón, cariño y sentido de la continuidad histórica, nos han legado.

 

Ellos, junto con la Virgen, claro, son el pequeño patrimonio artístico del Santuario de la Peña austera. Hay algunas piezas más sobre las que ya volveré para que quien suba a La Peña sienta que su ascensión no ha sido en vano y que además de la belleza del paisaje, del esfuerzo hecho, de la visita obligada -es un decir- a la Virgen, hay otras pequeñas cosillas históricas que llevarse en el morral interior y cultural.

 

La Peña no es, no puede ser, lugar de paso, sino de solaz, de contemplación natural y espiritual, de ver el mundo desde la alta perspectiva que nos proporciona su altura, su enclave singular, su dilatado horizonte, su rato de paz interior, su oración callada sin excesivas palabras y sus mejores silencios.

 

El libro de firmas de la sacristía es un buen recopilatorio de la experiencia del peregrinaje a La Peña, frecuente para unos, por vez primera para otros; en él vierten sus vivencias y sentimientos casi siempre laudatorios, de agradecimiento, de éxtasis, de asombro y maravilla.

 

La Peña también proporciona ese rato de descanso, charla y comentario, de ligero avituallamiento en la Hospedería, de ese paso por la tienda de recuerdos a los que no es fácil resistirse y comprar el dedal, el detalle, el rosario, la medalla, la pulserita, la taza con que obsequiar a un nieto, a alguien que no pudo y deseaba venir, el cuadrito de la Virgen para poner en la mesita de noche… cualquier pequeño recuerdo que diga: Estuve en la Peña de Francia, me acordé de ti y te he traído...

 

Frente a Santiago, algunos caminantes que se sienten peregrinos y no turistas, suelen encender una vela, o depositar en el lampadario eléctrico, poco estético, unas monedas para que unas lamparitas titilen imitando la luz de la llama de las velas.

 

Importa más que nada la intención, el pensamiento interior u oración silenciosa de quienes durante un instante se paran ante Santiago y algo le musitarán por dentro… No me cabe duda.  Santiago ya se encargará de apagar su sed de peregrinos… Algunos, antes, ya han ido a Santiago o han hecho el camino; otros, por primera vez han llegado hasta La Peña y se han sentido caminantes en busca de sentido y orientación para su andadura por la vida…

 

SanYago, San Jacobo, San Jaime, Diego… distintas formas de nombrar a Santiago, que según la tradición fue el primero en evangelizar Hispania y cansado, quizá harto de la poca acogida de la Buena Noticia, cayó rendido al regresar a su tierra, y en las orillas del Ebro, en Zaragoza, la Virgen que se llamaría del Pilar, tuvo que alentarlo… como hace ahora con los que hasta La Peña de Francia peregrinan.

 

A los peregrinos, si uno se fija bien, les brilla la mirada y sonríen complacidos por haber llegado hasta allí. Hay una mística del peregrino, de comunicación anónima con otros cientos que hasta allí han llegado. Fernando de Rojas, el autor de La Celestina, decía que “los peregrinos tienen muchas posadas y pocas amistades”. Quizá en su tiempo fuese verdad, por aquel trasiego de gentes que iban de un lugar a otro peregrinando, giróvagos andariegos. Hoy creo que no. Tienen muchos amigos que los acogen en sus casas, que les ofrendan sus viandas, su trozo de pan, su botella de agua… Nosotros lo hacemos con sumo gusto. Me parece más bonito, certero y poético, lo que dice el escritor peruano Ricardo Palma: “Cumple con la gratitud del peregrino: no olvidar nunca la fuente que apagó su sed, la palmera que le brindó frescor y sombra, y el dulce oasis donde vio abrirse un horizonte a su esperanza”.

 

En La Peña, se respira esa gratitud sin pedir nada a cambio; nunca se les pide nada. Si ellos lo piden, es a la Virgen. Ella sabrá cómo corresponder… Nuestra misión solo es acoger, apagar la sed, proporcionar frescor y sombra en el Santuario o la Hospedería y que el tiempo en que allí están, convertir La Peña en un oasis de esperanza…

 

 

 

 

José Antonio SOLÓRZANO, dominico