Los ecuatorianos Carlos Alonso Palate y Diego Armando Estacio, las víctimas mortales del reciente atentado de la T-4 del aeropuerto de Barajas entraron en escena de forma muy discreta. Tuvimos la primera noticia cuando se anunció la existencia de un “desaparecido” (es ésta una palabra, cargada de connotaciones, que casi siempre es el preludio de lo peor). Más tarde supimos que eran dos y que además eran inmigrantes, trabajadores que habían venido a España a buscar mejor suerte para su vida y la de los suyos.

Y así las dos víctimas han ido entrando lentamente en escena por las terribles circunstancias del atentado, pero también por sus propias características personales. Había cierta disposición a no verlas, porque su aparición cerraba definitivamente puertas que algunos todavía querían ver abiertas. Para algunos eran un estorbo, porque rompían definitivamente sus planes y fantasías. Y, para todos, el final de una ilusión.

Además, eran personas absolutamente ajenas al conflicto, representativas de esta nueva ciudadanía, creadora de relaciones que rompen las endogamias (¿no los llamamos “inmigrantes” como forma -consciente o inconsciente- de mantener viva una cierta línea de separación entre ellos y nosotros?). Su muerte, absurda como todas, demuestra cómo una neurosis local -la que alimenta a ETA- no puede aislarse de la realidad global que los dos víctimas representan. Porque en este sentido, estas dos víctimas nos colocan ante una verdad que olvidamos: nuestro mundo tiene cada vez más graves desigualdades.

Y es que los medios de comunicación, con esa preocupación por buscar el “lado humano” de la noticia o quizá por puro morbo, fueron a Ecuador buscando a sus parientes y nos los mostraron, brindándonos una expresión de lo que intuíamos: los asesinos han matado a dos trabajadores inmigrantes que habían dejado su país con la esperanza de vivir mejor. Pero sobre ello se ha insistido muy poco.

Carlos Alonso Palate y Diego Armando Estacio , sin quererlo ni saberlo, ¿cambiarán el curso de las cosas al romper el soliloquio de los políticos? ¿se impondrá el principio de realidad, con toda su crudeza, de que el globo y sus tremendos desajustes nada tienen que ver con la muy casera trifulca entre el conflicto de dos agendas políticas?.

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