Los chivos expiatorios son esos seres o grupos humanos que cargan con una culpa y sufren un castigo por una situación de la que no son responsables. Los criterios que designan a un individuo o a un grupo como objetos de la agresión son concretos y específicos, pero necesitan indefectiblemente de una condición previa: la debilidad e impotencia de la víctima para defenderse.
            A esto se añade que los criterios de elección del chivo expiatorio responden a pulsiones de defensa que tratan de satisfacer conflictos internos del propio grupo acusador. Estos conflictos que surgen en las relaciones interpersonales o intersociales (en las familias, en las estructuras sociales o en cualquier modelo de agrupamiento) se legitiman a través de la construcción de ese chivo expiatorio que padece la violencia, simbólica o real.
            La expresión misma “chivo expiatorio” deriva de una antigua leyenda hebraica según la cual los judíos expiaban sus pecados transfiriendo su culpa sobre un chivo que transportaban y abandonaban en el desierto (Levítico, cap 16). Por extensión, la metáfora hoy se refiere a cualquier sujeto inocente que padece la violencia punitiva de la otredad. Es una representación antropológica universal.
            Según los antropólogos, la necesidad del chivo expiatorio surge cuando una sociedad padece una crisis profunda que afecta a su equilibrio interno. Entonces se forja la búsqueda de un culpable y frente a él aspirar a reconstruir la solidaridad colectiva. Toda la Historia, Antigua y Moderna, explícita o implícitamente, está atravesada por esta búsqueda, tanto para reforzar el vínculo de una sociedad debilitada como para saciar su violencia. 
            Los judíos ocuparon, espiritual y secularmente, el rol de chivo expiatorio en la Historia del Cristianismo durante siglos. En el imaginario (y desgraciadamente también con frecuencia en la práctica) han sido sistemáticamente estigmatizados, padecer un sinfín de acusaciones de complots y traiciones, llegándose inclusive hasta el intento de aniquilarlos.
            Hoy en día, en las sociedades europas el inmigrante representa, por varias razones, el chivo expiatorio ideal. Los partidos políticos nacionalpopulistas se han especializado en la manipulación de los pertinentes temores. Su retórica gira en torno de ideas simples, primitivas y tremendamente eficaces: los inmigrantes “quitan” el trabajo a los nacionales, la porosidad de las fronteras favorece la invasión migratoria, los acuerdos de la UE nos impide actuar, la liberalización de los usos destruye nuestros valores, etc.
            Frente a la fabricación de este chivo expiatorio de la inmigración, hay varios aspectos que llaman con urgencia a la acción. En primer lugar, inventir seriamente en sus países de origen para que vayan alcanzando un Desarrollo pertinente para todos y cada uno de sus habitantes. Por otra parte, se debe buscar el consenso más amplio posible entre las fuerzas democráticas para proteger el Estado de derecho amenazado por el nuevo fascismo, baswándose en que la inmigración es un hecho social, no un asunto político, que debe gestionarse teniendo en cuenta las necesidades económicas y los derechos y deberes. La inmigración debe salir del campo político. Es también imprescindible apostar por una política educativa que favorezca, en el respeto de los valores de la sociedad de acogida, el encuentro identitario y la creación de un nosotros común. Por último, hay que vigilar la deontología de los medios de comunicación, por el papel que ostentan en la construcción del imaginario colectivo.
            Todos estos son desafíos difíciles, pero valen la pena, porque se trata de defender la humanidad de todos. 

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