En muchas ocasiones el género cinematográfico de la ciencia ficción sirve como vehículo para hablar del hoy humano y social al imaginar un futuro (como suele expresar este tipo de cine) impregnado de desesperado pesimismo. Y así ha producido obras tan sólidas, memorables y casi metafísicas, como 2001, una odisea del espacio o Blade runer, por citar preclaros ejemplos.


   

 

En estos días se ha estrenado District 9 (Nueva Zelanda 2009). Al planeta Tierra llega una nave espacial que se queda suspendida sobre el extrarradio de la sudafricana Johanesburgo. Tras esperar un ataque, los alie­nígenas no son hostiles, sino todo lo contrario, huyen de una hecatombe en su planeta y llegan hambrientos, sin fuerzas. Las autoridades deciden colocarlos en un guetto -el District 9 del título-, donde la delincuencia y la miseria imperan. Viven alimentándose de lo que encuentran en las escombreras y contenedores de basura. El gobierno, ante los pro­blemas que crean y el rechazo de la población de la ciudad, decide trasladarlos a otro campo de concentración más lejano -el District 10- y encarga a una gran empresa que los evacue del barrio de cha­bolas, lo cual generará graves conflictos en los que tendrá parte importante el protagonista.


   Dos interesantes sugerencias aparecen detrás de este argumento. Una social: la nave espacial colgada en el cielo recuerda una inmensa patera y los alienígenas a los inmigrantes que llegan fugitivos de su planeta que los ha arrojado, todo lo cual hace aparecer la insolidaridad para compartir algo de su abundancia de los que ya disfrutan de la sociedad del bienestar, así como la avidez de las gran­des empresas que quieren sacar rendimiento hasta de la miseria. La otra sugerencia es que el film en el fondo se torna en una gran pregunta existencial, por cuanto el protago­nista se transmuta en alguien desconocido para sí mismo, que va perdiendo su primigenia identidad, lo cual es aprovechado por el gobierno y la empresa en pos de in­confesables intereses económicos y estratégicos.


  

   District 9 funciona muy bien en su primera parte, donde el planteamiento y el nudo se exponen con gran soltura, ayudado por la apariencia de una especie de reportaje para televisión. Su segunda parte se distrae en largas escenas de persecución y luchas algo tópicas y brinda un final con el dulce elemento de un amor ya imposible. El hiperrealismo de bastantes de sus escenas puede ser para muchos muy molesto.

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