Según informan las páginas salmón de los periódicos, la actual situación en los mercados financieros ha volcado a ciertos inversores en las materias primas alimentarias. Por ello, los fondos de alto riesgo y bancos están influyendo en lo que cotidianamente vale el pan en Túnez, la harina en Kenia o el maíz en México, por mencionar unos meros ejemplos.
           

Sólo en el último trimestre de 2010 se triplicó la inversión en ellas en comparación con los tres meses previos. El lado oscuro de todo esto es que, en paralelo, suben los precios de los alimentos. Ya en marzo la FAO anunció que se habían alcanzado nuevos récords en los precios, que superaron incluso los de la última gran crisis alimentaria de 2008. Según su Índice de Precios de los Alimentos, el coste de los productos alimenticios había experimentado un alza del 39% en el curso de un año. Los precios de los cereales subieron un 71%, al igual que los de los aceites y grasas destinados a la alimentación. Ello hace que por ejemplo para los estadounidenses, que destinan el 13% de la renta disponible a adquirir productos para la nutrición, puede que el alza de los precios no pase de ser una molestia. Pero para los pobres del mundo, que dedican a comer el 70% de su magro presupuesto, es una amenaza existencial.
           

Desde junio del año pasado cuarenta y cuatro millones de personas han caído bajo el umbral de la pobreza solo a causa del incremento de los precios de los alimentos, según el Banco Mundial. Son personas que tienen que sobrevivir con menos de 1,25 dólares diarios (0,88 euros). Hay más de mil millones de personas que sufren desnutrición en el mundo. La actual hambruna del Cuerno de África tampoco es sólo consecuencia exclusiva de la sequía, la guerra civil o las élites corruptas, sino de los elevados precios de los alimentos.
           

Son "efectos colaterales no deseados del mercado" el hecho de que los más pobres entre los pobres no puedan permitirse comer. Y es que de repente, todo se ha hecho más difícil: por ejemplo, la harina de maíz, piedra angular de la nutrición en Kenia, se ha encarecido en un 100% en los últimos cinco meses. Un récord. Pero el precio de las patatas ha subido un tercio, el de la leche aún más y de las verduras, para qué hablar.
           

"Cada vez sufre más la gente pobre y más gente puede caer en la pobreza por el alza y la fluctuación de los precios alimentarios", afirma Robert Zoellick, presidente del Banco Mundial. En congresos, conferencias y reuniones se repiten, como en un rosario, las supuestas razones de la explosión de los precios. Entre otras, el cambio climático y las sequías e inundaciones que conlleva; la creciente proporción de tierras de cultivo dedicadas a los biocombustibles; la mejoría en la alimentación de los países emergentes y su mayor consumo de carne; o el aumento de la población mundial, que crece más deprisa que la producción agraria.


            Pero de hecho, las razones que se aducen una y otra vez para la explosión de los precios no resisten un examen detenido. Como es natural, los cultivos para biocombustibles demandan cada vez más tierras, pero hasta ahora solo constituyen el 6% de la cosecha mundial de cereales. Según el Banco Mundial, el impacto de los biocombustibles es considerablemente inferior a lo que se pensaba.


            Lo mismo puede decirse del mayor con
sumo de carne en los países emergentes. Según el Instituto para la Investigación de la Política Alimentaria de Washington, países como China, India o Indonesia han cubierto el incremento de su demanda sin recurrir de forma significativa al mercado internacional.  
            Respecto al cambio climático, que sin duda ha inducido un recorte en la producción, pero hay que apuntar que esta sigue superando al consumo.


            Todos estos factores son lógicos y evidentes, y sin duda contribuyen a las tensiones en los precios. Pero no son su causa. Oliver de Schutter, redactor de un informe de la ONU sobre el derecho a la alimentación, echa por tierra algunos mitos y así señala como culpables a los grandes inversores que se han pasado en masa al comercio de materias primas, distorsionando los precios más allá de toda proporción. Los excesos especulativos son pues, según Schutter, la causa primordial del actual gravísimo encarecimiento.


 

 

 


 

 

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