UN NECIO IGUALITARISMO

         En una crisis de la envergadura de la que estamos viviendo, ya se sabe: todos nos debemos sacrificar pues la pagamos todos. De hecho, como sucedió también en el crash de 1929, está trayendo la ruina a empresarios y profesionales de clase media e incluso alta (en Italia, por ejemplo, se han suicidado unos cuantos hombres de negocio). Pero, como es lógico, los que están pasándolo peor son aquellos que antes ya se encontraban en una situación económica ajustada. A medida que bajamos por la escala de ingresos, más terrible es el hachazo. Y lo más trágico es que cuando descendemos hasta las zonas grises y terrosas de la exclusión social, resulta que la crisis está acabando con unas ayudas que en realidad son mínimas, microscópicas, el chocolate del loro del ahorro, un gasto cuya supresión es imposible que repercuta de verdad de forma apreciable en los sacrosantos presupuestos; por otro lado, resulta que son unas ayudas esenciales para la supervivencia de ese conjunto de personas. Quiero decir, que cuando se escatima ahí se paga en sangre.

            Pero una de las grandes conquistas -al menos de la civilización europea occidental- ha sido la igualdad de sus miembros en derechos y deberes. Y hoy se entiende que no hay que hacer un necio igualitarismo. El Derecho positivo debe defender dicha igualdad en lo que se refiere al fundamental respeto de la libertad y la seguridad personal; sin embargo deberá ser desigual para lograr la igualdad, para superar la necesidad. Es decir, debe ser un Derecho desigual a favor del explotado, en lo que se refiere a los factores económicos, sociales y culturales que dificultan o impiden tal igualdad. Por ello, creo que algunas de las actuales medidas que se están tomando se basan en un necio -por no denominarlo "injusto"- igualitarismo.