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Estoy realmente admirado por la facilidad con qué los gobiernos de las grandes potencias han encontrado cerca de varios millones de millones en las arcas del Estado para afrontar la actual crisis financiera, cuando jamás hallan fondos para mejorar las becas de estudio o de investigación, para dar casa a los damnificados por los monzones o por los tsunamis, y así se cargan de un plumazo cualquier proyecto de universalizar la atención sanitaria o la educación obligatoria, por poner unos ejemplos. Y no quiero entrar en el tema de las desigualdades mundiales y la miseria en el Tercer Mundo, para lo que las mismas instituciones nunca, nunca, encuentran dinero para su cooperación para el desarrollo. Y es que esto de dedicar las arcas de los Estados para salvar esta crisis es una operación, cuando menos, hipócrita. Y lo que es más grave, estoy seguro que, al final, golpeará a los mismos de siempre: los menos protegidos y desfavorecidos.
Dicen los analistas que todo será distinto después de esta crisis. No lo veo tan claro, pues creo que es un mero paréntesis en la imperante economía de mercado. O sea: un salvar con el dinero de todos los contribuyentes, para luego volver los ultraliberales y defensores de la economía de mercado a seguir enriqueciéndose.
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